febrero 24, 2010

Los días a través de los años

En corto tiempo nos acostumbramos al dolor de nuestros cuerpos, de nuestros labios, de nuestro seno. ¡Oh, vaya besos los cuales nos dábamos! Eran interminables, dulces y armoniosos… ¡Eran unos manjares!…unos estoicos, inmunes a todo como una madre.
Jugábamos. Nos mirábamos y nos llamábamos a gritos silenciosos, ahogados en un juego de abultados roces, como en una acalorada mesa de póker.


Eras como una ninfa en piel de rosa. Tu rostro parecía dibujado hacia los placeres de las drogas, de esos que ya conoces, y que siempre nos tocan.


Nos estudiábamos y nos gustábamos. Encajamos en los mismos zapatos, teníamos las mismas piedras y sufríamos el mismo peso de nuestros dolores. De esos dolores que no sólo dañaban, si no que pesaban como ninguna otra daga impuesta en las espaldas de nuestras memorias. Era el sufrimiento eterno dado por nuestros gestores. El castigo a nuestra tierna aventura, que poco a poco se amoldaba a los temores.

Por el momento nadie ganaba, nadie perdía. Sólo el dolor se desvanecía.


El rubor, la incandescencia, la timidez y el encanto era nuestra eucaristía; con el rigor de otras parecidas, pero sin cadenas ni costosas homilías.
No sé tú, pero yo nunca antes había gozado de tan afinados besos. En la técnica, sobrepasaba toda carne, y toda madre. Y tú lo sabes. Sin lugar a dudas y a ciencia cierta, nos ilusionamos con esos besos sumos y con las caricias de nuestra adultez.

La estadía comenzó tardía, quizá después de años, o quizá solo después de algunos días.


Nuestros karmas manejaban nuestros sueños y el deseo de la aleación entre tú y yo se hacían de rogar, llevándonos a nuestra pena inicial. Nos hicimos a un lado pretendiendo mentir, pretendiendo engañar –a los demás-. La multiplicidad de mi rostro, el encalle de tu cuerpo herido, desangró a nuestro animal y desató el reloj de arena de índole vital. ¿Hasta cuando durará esta farsa, que nos repele sin sentido y en dizque amistad?




05/21/09 13:01

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