diciembre 21, 2009

Antónimos y sinónimos (4): Comunicación Avanzada II

Él se encontraba en el estado analgésico máximo, con el carácter oficial de la mancomunada estadía de la buena cosecha de una plantación de droga. Mientras cortaba las flores de los campos elíseos, junto a Lucrecia, rebosante de la espuma acalorada del trigo y cebada, una llamada interrumpió su velada lúdica. El móvil (de Juan) empezó a vibrar, moviéndose de un lado a otro, en la mesa del costado de una cama de azar. Ambos involucrados se detuvieron, se miraron fijamente y se trasladaron, cada uno por su lado, y por unos instantes, a sus verdaderos trabajos de profesión. Los temores más fuertes, como ser conocido como “pendejo” o ser señalada como “mujerzuela”, se apoderaron de los jóvenes, ante la probabilidad de perder sus respectivos hogares, que era, en sí, su temor más grande. Juan ve un número público y empieza a barajar una serie exageradamente reducida de posibilidades, y al contestar, escucha una de las voces más célebres que ha podido conocer en su vida. Era Beatriz y estaba llorosa. Se oía a congoja, pero ninguno pronunció palabra alguna. Después de más o menos diez segundos de silencio, ella le cuestiona su actual posición.
- Hola… ¿Qué haces?
- Estoy en…-fingiendo modorra y dudando un segundo, prosigue-Estaba durmiendo… estoy en casa.
- Ah, ya…ehm… ¿Cómo estás?
- Estoy bi- dice sin poder completar la oración. Los chillidos del teléfono público empezaron a sonar como disparos, haciendo un conteo regresivo. Se agotaba el tiempo de llamada. Juan solo esperaba que dicha conversación terminase sin que ella (Beatriz) le pidiese un encuentro en tal apretujada altura de la noche –su noche-.
- Disculpa que te haya llamado. Cuídate mucho ¿Ya? Juan balbucea un poco, quemando los últimos segundos, y de repente, el silencio es cortado por la señal de vacío del mismo teléfono. La llamada había finalizado.


Cada droga tiene un efecto particular en cada persona, en cada consumidor. En el caso de Juan, actuaba como un desfiladero de tensiones y de situaciones de enojo, en donde el fondo era una trampa, o un hueco en su defecto, de una profunda oscuridad que daba una sensación de locura. Daba lugar también a alucinaciones, a visiones ambiguas, a figuras amorfas -imperfectas-, de a modo que en la nada –en el vacío- se podía crear el todo –ficticio-. Era una incertidumbre y un miedo extremo que proporcionaba una emoción, una excitación y una pasión de tamaño colosal; era el simple hecho de partir de cero, sin ninguna idea y armar un árbol de posibilidades, a puro sudor de cabeza, y que del cual, solo se tomarían las ramas más gruesas y frondosas, llenas de miel, de azúcar y de melosa; para que simplemente al final sean lanzadas a un horno caliente y se hagan trizas olorosas. Ese es el placer de ver el esfuerzo hecho fuego y cenizas. Hacer de un acertijo un secreto, y de su recóndita respuesta, una burda mentira. Tal, era la fuente del placer, acompañado de experiencia hacía los infinitos sentidos.
En casi todos los posibles sentidos, Beatriz no era humana, en efecto. Ella era un humanoide capaz de asimilar los sentimientos humanos a la velocidad de la luz, con la luminosidad que precisamente la caracterizaba. Ella era una hoja en blanco que fue dada a un humano voraz y codicioso, que la usó como borrador de una gran vida de paralelismos y de ensayos, de experiencias potenciales y aritméticas. Ella era para él, lo nuevo que estaba hecho para su uso exclusivo; era el hogar, la base, su mundo, el centro de todas sus operaciones, era como su Madre y su hija a la vez. Era ella la que lo reprendía y lo castigaba, haciéndole entender. El resto eran solo cosas usadas para usar o cosas nuevas para coleccionar y/o almacenar. Esto la hacía diferente en su razón de ser y de actuar. Ella no era una droga, a pesar de que comenzó siéndolo para Juan como su finalidad. El efecto causado en él, fue el más terrible de los temblores y a su vez, fue el más largo de sus procesiones. En realidad, Beatriz nunca provocó un efecto narcótico sobre Juan. Por todo lo contrario, le hizo conocer la propia esperanza de poder dejar de ser un drogadicto acérrimo, de poder llegar a ser un hombre de verdad y de combatir a su peor enemigo: la mentira. El plan inicial era succionar su esencia y por eso fue que la tomó e intentó coleccionarla. Pero ¿Cómo podría coleccionar al verdadero inicio de su propia vida, si es precisamente su punto de partida? El inicio es el inicio, y no hay nada más. “Lo que se está hecho para usar, debe ser usado” pensaba él. Pero del dicho al hecho, había un largo trecho. Juan no la usaba, como él creía. Juan solo se nutría de ella –aprendía- y lo hacía de la forma impensada. Daba vueltas sobre su derredor como un guardián. Como un auténtico guardián que no permitía que nadie la tocase, ni siquiera él mismo, a menos que sea para embriagarse de su límpido olor. El solo usaba sus mejores drogas para saciar su sed, para conocer el todo –el vacío-, y con eso menguaba su dolor. Un dolor que sabía de donde provenía, mas no sabía que era lo que le dolía con exactitud. No podía describir algo así, tan velozmente, estando ese algo fuera de sus propias capacidades; pues nunca antes lo había conocido. Era imposible que alguien, siendo el mortero de la esencia humana, enemigo de muchos, pueda dar amor de verdad. Quizá si, bienhechor de mentiras, pero jamás como se debe dar. El no sabía amar.
Beatriz, como humanoide, no era perfecta y él lo sabía. Ella también era humana y eso tenía consecuencias. A Juan se le iba agotando la sangre, tanto como sus años de vida agitada y moderna, perdiendo su color característico cada vez más al derramarse. En tal transcurso, él no se daba cuenta de tal herida, de tal sentencia. Él era hijo, y debía sucumbir entre las entrañas de su Madre antes de nacer, siendo amoldado a golpes por su rebeldía a ser presa de un vientre materno, que le cerraban y atolondraban los ojos tiesos y avispados, todo para poder abrirlos de nuevo con una mirada espacial.

Justo poco tiempo antes de que la relación de Juan con su último negocio terminase, apareció una mujer. Él se encontraba aún crucificado, con las manos llenas de olor a sangre y sudor, y esto no le permitía mecanizar alguna otra idea. Más, no podía. Las circunstancias y las exigencias hedonistas del último negocio fueron tales, que no hubo manera ya de poder dividirse más –en el mundo de los negocios-. El no podía atender dos urgencias a la vez: una mujer en un incendio por un lado y otra en desamparo. Así que le resto importancia. Pasaron unas semanas desde el descenso de la cruz y Juan venía meditando en su dormitorio frente a su PC, apoyando su cabeza en su mano, y a su vez esta, en el escritorio. “Esta mujer es muy interesante –pensaba Juan al conversar con ella vía Internet- y es comunicadora también…que curioso”- y concluyó con unas carcajadas. Pues esto era cierto. La mujer que estaba al otro lado de su pantalla, se ubicaba en una parte opulenta al sur de la ciudad, con una mayoría de edad de estreno y una brillante pasión por la sociedad. No la conocía personalmente, pero su temperamento hecho lenguaje, denotaba un cierto aire juicioso y de cabales. La única referencia de ella era la imagen de su display, mostrándose ella en primer plano en tintes negativos y con una pequeña sonrisa rugosa, que le daba una vista muy ventajosa. Las túnicas del labor sacrificado –del sagrado oficio-, investían arguyas a los pensamientos de Juan, condensando sus más endógenos sueños, delatores de su buen actuar vaticinado. Debía moverse rápido e ir priorizando oportunidades. Juan sabía que el haber descuidado a su mujer por tanto tiempo le traería problemas. Y de tal forma sucedió. El comportamiento de Beatriz se vino abajo. Empeoraron notablemente sus arranques de cólera y de celos, de actitudes pueriles y desubicadas. Su conocido orgullo la ataba de pies y manos, y el trato de ella hacia Juan era, hasta cierto punto, insoportable. Él, a pesar de todos sus movimientos, terminaba siendo controlado por ella. Él sabía que su carácter era ante todo no participativo; ella esperaría siempre que él adoptase para sí, la mea culpa. A regañadientes, él, aceptaba; sabiendo que no tenía otra opción. Sus recuerdos de distracción lo hacían flaquear y el peso de su conciencia le tapaba la boca. Un día pelearon hasta un tipificado nivel, ya conocido por Juan. “Seguramente no la veré hasta ese día” Su día. Ante tales improperios, Juan, lastimado y ofendido, huía en busca de calmantes de cuerpo y alma, de ira y de dolor, segregando esa espuma por la boca que produce la humillación. Pero se dio cuenta que su actual droga se hacía ya acreedora de ciertos derechos y se oponía a ser manipulada, adoptando cierta inteligencia –para ver más allá de lo evidente-. “¿Qué rayos…? Esta mierda se acabó. No sirve”. La consecuencia fue tradicional y evidente. “Al fin y al cabo ya estaba aburrido de esas drogas. No tengo más que hacer ahí” Pensaba el hombre, alimentado por la sombra de una misteriosa mujer.

Ante la inminente soledad, por el temporal distanciamiento con Beatriz, producto de la última pelea, la estancia con su último negocio no era rentable, ya que, con toda esa libertad y tiempo disponible, ante la ausencia de la capital, podía darse una vuelta por la ciudad de provincia, a exponerse un poco, y ver quien se acercaba a su tienda. “Pronto un hueco o una trampa, caerá en esta trampa” Se decía a si mismo, despreocupado por completo de su futuro laboral –de negocios-. Solo tenía algo en mente: “Debo buscar un lugar, mientras tanto, para poder pasar la noche”.
(http://visiondelvacio.blogspot.com/2010/04/pobre-nino-acaramelado_328.html)
Juan finiquitó sus negocios, pues había ya dejado su última droga. La había usado mucho y su efecto no era el mismo. Se ponía roñosa y no era de buena digestión; además, la mentira era insostenible. Había que eliminarla y él sabía bien como hacerlo. Solo debía dejarla morir en su agonía, al no tener ya nada que se le pueda despojar. El no podía asesinarla por si mismo, por supuesto, ya que eso mancharía sus manos, y pues, nadie quiere a alguien ensangrentado con quien volar. El le dejaba esa sucia tarea al portador de bienes, pues, a la misma víctima. Juan dejo de alimentarla, quitándole importancia, ignorándola y haciéndole torpezas adrede, a la vista inocuas, pero por dentro, como una daga dentro de un oso de peluche, punzo-cortantes. Al poco tiempo, ella, desangrada e inmersa en la locura de la desesperación, empieza a delirar y a perder –más- la razón, haciendo un patético y deplorable espectáculo, el cual terminaba con ella en el suelo, sabiendo que solo quedaba jalar el gatillo de la relación hacia sí misma o simplemente, debido a su desahuciado estado, disparar contra -el holograma de- él. Alejandra corta su relación con el hombre. Luego, estando ya muerta, para salvaguardar su honra y su conciencia, Juan la descuartiza -para una mejor eliminación de los hechos- y la entierra en el mismo lugar que él creo –en ficción- para que ella viviese. Era como desechar un guante de látex, usado y sucio, siendo arrancado de la mano del promotor por su revés, dejando las manchas de sangre por dentro, y envuelto, sería olvidado en los tachos de basura clasificados según su tipo. El siempre cuidaba su medio ambiente, su mundo; no podía permitirse ensuciarle de restos de distracción. Por fin, el asunto estaba arreglado. Había finalizado con éxito.

Dentro del mundo de las mentiras existen reglas. Reglas que no se deben quebrar ni burlar. Una de esas reglas, y unas de las primeras también, era el No apilar. Una mentira nunca debe ir encima de otra. Es decir, mentir sobre lo ya mentido era fatal; poner una mentira sobre otra, solo daba el prominente riesgo de que se desmoronen todas y caigan al suelo, revelándose por completo sus contenidos y porqués. Las mentiras deben ir una al costado de otra, yuxtapuestas, aisladas entre sí. Para cada cosa –para cada droga- solo debe existir una sola, estructurada y sólida mentira, capaz de aguantar el peso de la ficción –y la fuerza de la fricción también-. Era mejor así, todo ordenado y en su sitio. Cada mentira debía tener un espacio libre –sea de ficción o no- para que la droga se desarrolle por completo y pueda alcanzar su máximo efecto; debía tener un mundo, o mejor dicho, un planeta, ubicado siempre cerca para ser monitoreado. El engañado debía sentirse como en casa. Esa era la mayor ilusión ajena. Por cierto, cada mentira tenía un tiempo de duración, una fecha de caducidad y era susceptible al ambiente, ya que un cambio repentino en este último podía alterar su consistencia física. He ahí la importancia de la solidez. Mientras más sólida, más fuerte será (la mentira) ante un eventual mal tiempo en el universo de las drogas.

Haciendo un conteo y una retrospectiva general, vista desde arriba, llamémosla “omni-vidente”, Juan tenía una curiosa y muy bien acomodada “suerte para los negocios”. Desde el inicio de su vida interpersonal con el sexo opuesto, nunca faltaron las fuentes, sobre todo cuando tenía las manos ocupadas y llenas. Como solía ocurrir, cada vez que se drogaba, aparecían más y más drogas a disposición; algunas brotaban del suelo luciendo inocentemente su imaginación, y otras, caían del cielo buscando el castigo eterno sin intenciones de pedir redención. Se podría decir que, dentro del inicio del citado trato interpersonal hasta el presente de este cuento, –en ese primer mundo- hubieron tres etapas: La etapa del ejercicio de la iniciación -propiamente dicha-, la etapa del desarrollo del gusto (preferencias) y los sentidos y, finalmente, la etapa de la codicia. La primera etapa se resume en una sola pregunta: ¿De qué se está hablando? por causa de lo bisoño que era él en el nuevo mundo. Sabiendo el que, sobrepasa ese periodo, habiéndole tomado unos buenos tres años de religiosa lectura y estudio a los libros, felizmente de diferentes y variadas materias; pero siempre leyendo un solo libro a la vez. Luego, simplemente supo que eso era lo que le gustaba, lo que quería; no había mejor calmante que una anestesia. Consumía todas las drogas posibles. La biblioteca de Juan –su mundo- tenía forma, estructura e iba creciendo rápidamente.



- Alo, ¿Lucrecia?

- ¿Juan?
- Si, soy yo. ¿Qué harás más tarde? ¿Podemos vernos?- Adusto en su forma hablar, responde Juan.
- No te había reconocido. Que bueno escucharte…
- No puedo hablar mucho Lucrecia ¿Qué me respondes?
- …Bueno, tengo que verlo más tarde, pero puedo decirle que tengo que hacer unas cosas y que no lo podré ver. ¿A qué hora y dónde?
- Donde siempre, a las veinte horas.
- Ok, no hay problema ¿Estás bien? - Te lo explico luego mejor. Cuídate, nos vemos, ¿si?
- Ok, cuídate. Un beso.- Finaliza por su parte la mujer.
- Que sean dos.
Era una profesional. Sin duda se había convertido en toda una profesional, y eso a él le maravillaba.


Juan, ante la falta de hogar al haberse apartado de Beatriz, se encontraba en la calle y con las manos vacías. Debía encontrar un lugar donde vivir. Mejor dicho, al menos donde pasar sus noches, ya que drogas de poca monta, no daban esa sensación –alucinación- de estar en casa. Eran meros souvenirs de trabajo. Echó un vistazo y no vio nada, más que tugurios, rentas sucias y pordioseras. De repente recordó, gracias a un grito de la calle; alzó su cabeza hacía arriba, cerró los puños y, abultando la mirada, gritó "¡Sí!". Rió apestosamente, mientras seguía caminando hacia casa. Tenía él un lugar donde quedarse mientras conseguía de vuelta su hogar, mientras estaba la puerta de entrada clausurada, en tela de juicio. “¿Cómo pude olvidarlo?” se decía a sí mismo. Contaba con un lugar relajado, espléndido, exótico y paradisíaco, apasionado y ultrajante al mismo tiempo; con las modernidades competentes. El sitio era compartido a medias con una mujer con la que hacía piruetas no-mortem. Ambos rentaron su “propio ambiente”, trabajando a la par, pagando a medias los costos –en caso de tener que hacerlo- y gozando de sus servicios ilimitados. Lucrecia fue una ex pareja que había tenido Juan a mediados del año dos mil tres. Él la había dejado por razones inconclusas pero, para ese entonces, con fundamento, después de haberse aburrido de ella y de haberle despojado de lo que tenía. Lucrecia nunca se llegó a enterar de lo que fue realmente, una víctima, una “V…de venganza”. Ella, precisamente, en desquite por su depreciación, al poco tiempo inicia otra relación de la cual nunca llegó a pensar que le duraría, siendo este, en un inicio, objeto de venganza; en consecuencia, (Juan y Lucrecia) dejaron de verse mucho tiempo. Posteriormente, debido a todo ello, el rencor que había por parte de Lucrecia hacia Juan fue desapareciendo, hasta que fue nulo; pasaron a ser amigos, muy amigos. Para esto, ya había transcurrido un año y Lucrecia tenía el rostro cambiado, con los ojos rojizos por los deseos acaecidos de venganza, pero avispados ahora, por saber que lo bueno comenzaba después de haberlo perdido todo. En los últimos meses, entre Lucrecia y Juan, había una deliciosa confabulación. Ambos tenían relaciones serias por separado e independientes, no obstante, compartían ellos el “calor humano”, escabulléndose entre las habitaciones de una casa-fiesta civil, en el baño de un antro, entre un pasadizo que lleva a las escaleras, en una esquina, entre el tumulto, en las penumbras, sin que nadie lo notase. Muchos comentaban desconcertados, curiosos y especulativos: “¿Qué hacen esos dos juntos por aquí? ¿No se supone que tú tienes a fulana y tú estás con zutano?” y ellos respondían con fulgor y galantería: “¡Solo somos amigos! ¡Qué imaginación la tuya! ¡Él/ella es como mi hermano/a!”. Y en verdad tenían razón. Ante los ojos del público, a pesar de las especulaciones, en efecto, no había nada, más que solo una habitual amistad. En el fondo, muy fondo, Lucrecia nunca dejó de sentir algo de él y, cuando Juan se le acercó de nuevo, por primera vez después de mucho tiempo, ella lo rechazó en duras tientas, tratando de no ser abatida estando él de pie. Tiempo después, a pesar de estar ella bajo el mando del zutano, cayó irreparablemente luego de unos seguidos intentos, como si le reconfortase llegar a casa -a su verdadera casa- luego de mucho tiempo y no supiese si tocar la puerta o irse, teniendo voraces e intensos deseos de que le entregase la vida de nuevo –la que un día él se la llevó-, para que se lo arrancase otra vez.
- Y bueno, así fue. Ahora estoy en nada. Te extrañaba en realidad- Afirma Juan mirándola fijamente, insinuante como siempre lo era con ella.
- Yo también te extrañé, y mucho. Y claro -dice ella entre risas- ahora vienes conmigo a usarme.
- Eres máxima y lo sabes. Vayamos a tomar algo, ¿si?
- Mejor vamos a mi casa. Allí podemos conversar a solas.
- Perfecto. Me encanta la idea.- Ambos, riendo juntos, se abrazan y esbozan un pequeño beso, rebosante de liviano y etéreo encanto.- ¡Eres perfecta!- Enfatiza el hombre.

Lucrecia, en realidad, había dejado de ser una droga para Juan, para ser una droga práctica. Había dejado de ser un negocio, para ser ahora una socia. Eran dos socios que disfrutaban de la vida moderna y del placer que ello representaba. El amor, era algo que se hacía en libertad. En una desvergonzada libertad de juventud.
- ¿Qué le dirás a él?- Indaga Juan, caminando por la recta final que da paso a la casa de Lucrecia, esperando ser, por una vez más, maravillado con la habilidad escondida e innata de ella.
- Que me quedé haciendo unas cosas en el trabajo de mi mamá. Él sabe que de vez en cuando la apoyo y precisamente (zutano) no tiene la confianza de la familia como para poder llamarme a la oficina. Y si me llama al móvil, lo puedo distraer con facilidad, diciéndole que ando ocupada y esas cosas.- Responde ella con frialdad, fumando el cigarrillo que compartía con Juan.
- ¿Y si te piensa recoger?- Dice el hombre elevando el nivel de los supuestos y ramificando más las posibilidades.
- ¿A la oficina? Pues le digo que me quedaré hasta que mi mamá esté aquí, y que ella misma me llevará a casa.
- ¿Y ella está ahora en su trabajo?
- Sí, y tardará.- Dice sonriendo con picardía la mujer.
- No vaya ser que llame a tu casa y conteste precisamente tu--
- No- interrumpe Lucrecia- No pues...de ninguna manera.
Al entrar ya en la casa de la mujer, esta última tira su bolso negro en los muebles encuerados, camuflándose este por completo, y entra a la cocina, buscando alguna nota de su madre en la puerta del refrigerador.
- Bien, bien, bien...- ríe el hombre, tratando de darle más fuerza a su voz desde la sala-¿Y si él (zutano) está afuera, ponte, con su auto, esperándote a que llegues (a casa) o esperándote a la salida de la oficina?
- ¡Jamás! Sabe muy bien que me enojaría con él y que pensaría que desconfía de mí. Me sentiría ofendida.
- ¡Perfecto! ¡Perfecto!-Exclama en concupiscencia.
- Además, él no maneja otro auto que no sea el suyo. Es muy quisquilloso.- Responde la mujer, riendo detenidamente, en son de burla hacia su estimado novio regordete.
Juan, con un profundo confort, se sienta en unos de los muebles de la sala y ve salir de la cocina a Lucrecia. “Que mujer. Por todos los rayos, que mujer…” Pensaba. Tenía el cuerpo de un dios pagano y delgado, con una silueta maldecida y envidiada por las mujeres de torso ancho. “Vaya pequeño busto por el delicado capricho” se dijo a sí mismo. En eso, ella se detiene y se apoya en la puerta, con una mano en la nuca y otra en la espalda, a la altura de la cintura, dejando a la intemperie su ombligo, tan segura de sí misma que se podría decir que hasta era otra mujer. Y en realidad lo era. La Lucrecia inocente había muerto. Y caminando lentamente hacia Juan, comienza a dar luces de sus maravillosos dotes para el juego.
- Cuando me contaste lo que hacías para que encajen tus coartadas, me sorprendí. Pero me di cuenta, que en mi caso, hacerlas, eran mucho más fáciles.- Dice Lucrecia.
- Y lo es, por supuesto. Como mujer tienes todo el beneficio de la duda.
- Tienes suerte de que contigo no use eso.
- En una relación como la nuestra- dice Juan-, solo como la nuestra...no pueden haber mentiras. Somos una sociedad anónima y secreta-. Al terminar Juan de hablar, Lucrecia ríe. Ella revela el contenido que había en una de sus manos, precisamente la que llevaba por detrás. Era un mensaje escrito por su madre, afirmando su lejano arribo a casa esa noche y aseverando la cercanía del juego del tiro al blanco. Ambos ríen. Pero, luego, el hombre retrocede unos pasos colocando las manos adosadas a la cintura y quedándose en esa nueva posición.
- ¿Qué sucede?- pregunta ella preocupada.
- Nada.- Juan esboza una sonrisa, luego de haber pasado por su cabeza la imagen sexual de Beatriz, y producto de ello, ambos ríen otra vez, pero ahora, descontroladamente. El equipo del éxtasis, surtía efecto.
Lucrecia se acerca y lo toma (a él) de las manos, sintiendo que él no quedó muy contento con la idea. Al cabo de unos segundos, da la vuelta y se abalanza hacia el hombre, empujándolo hacia el sofá, haciendo que este último la aprese entre sus brazos al caer. Ella se inclina, aún presa, hacia unos de lo lados y permanecen así, tomando después un suspiro de silencio. Luego de tal, ella se vuelve hacía él, mientras cruje el sofá en el cual se recostaban, y lo besa, sintiéndose tal o más que cualquier otra mujer, sea de casa, o sea de guarida. Sentía el placer de controlar su mundo con su codicia y astucia, abriéndose camino cortando cabezas ajenas de hombres y riéndose -en burla- de las ínfulas que estos le propinaban, a manera de cortejo. "¿Para qué? ¿Para qué más?" Se decía ella a sí misma. "¿Para qué más si ya tengo a los dos? Todo lo demás que podría haber será de más. Será casi gracioso". Tenía ambas caras de las monedas: El Hombre que es y el Hombre que aún era. El futuro seguía siendo gracioso.

Como tal se dijo, en el día cero –su día-, el encuentro se hace realidad entre Juan y Beatriz. Las cosas vuelven a su normalidad y se percibe de nuevo la calidez del hogar, donde la memoria era como costras-soldaduras, de esas que nunca perecerán. Juan sentía el regocijo y la paz que daba su pecho (de ella), digno de un ser probo y de sanos pensamientos. Al tocar su piel, lentamente, sentía como se le impregnaba el olor a sus manos y a sus dedos. Era un olor a crema, como a leche materna; como a frutas frescas, de altas cosechas. Al suspirarlas –ya que eso era lo que provocaba-, la mente de Juan veía caer un trozo de mantequilla en una sartén caliente, derritiéndose y desatando pompas olorosas de belleza imponente. De nuevo estaban juntos, como una vez lo juraron. Juan se sorprendía al estar en sus brazos. Ese profundo malestar que le provocaba y que le terminaba gustando, sin punto para comparaciones.
Estando ya en su hogar, Juan se siente como en casa y disfruta de la dicha y la victoria. Merodeaba sus recuerdos de único dominio y daba vueltas en el lecho de la imaginación, acariciando como en otra noche la anatomía del triunfo. Atándose una venda en los ojos, dejaba que su nariz y sus dedos le indiquen los polos de su mundo, a manera de repaso. Marcando la distancia entre meñique y pulgar, en el plano, desde el centro de gravedad, llegaba al núcleo de su tierra y visualizaba, fantasioso y pregonero, los frutos maduros de una cosecha de años de maceración. Lo conocía por completo, mas solo faltaba conocer su interior: Las entrañas de la tierra fértil y las temporadas de marea alta.

“¿De dónde proviene tanta inocencia? ¿De dónde proviene tanto amor? ¿De dónde nace toda esta ignorancia? ¿Por qué es tan blanco su fulgor? De donde yo vengo, no hay esperanza. En donde yo vivo, hay amor. ¿A caso tiene lógica ser tan cabrón, como lo soy? ¿En qué momento me hice acreedor? ¿En qué momento llegó su bonanza? ¿En qué momento me hice su varón? ¿En qué momento llegó su confianza? Ser lo que soy, después de tanta matanza, genera desgracia y quizá ese sea mi perdón”. Cada vez que sus noches, lejos de casa y siempre en madrugada, se reeditaban y deambulaban; cada vez que trataba y conversaba; cada vez que veía ojos que, en el afán de llamar la atención, se adornaban y con el alcohol se retocaban más y se excitaban; cada vez que se acercaba o lo abordaban; sabía que cada vez más era su apetito por “eso” que del cual casi nunca mencionaba ¡Sus deseos carnales lo delataban! No podía frenar tan inmensos suscitares y tan atrayentes manjares. ¡Todo sirve! ¡Todo pasa! ¡Todo es posible…! Mientras orden haya.


En el transcurso hacia el lugar pactado, Juan sacaba cuentas. ¿Podría ver a la mujer, avanzar algo y volver a las veintiuno o veintidós horas para ver a Beatriz? Ahora que las cosas con esta última iban mesurablemente bien, debido a la fresca reconciliación que los unía, Juan no podía darse el lujo de hacer desmanes a gran escala. Debía trabajar en silencio. En “virtud” a ello, luego de un cuarto de hora, Juan llega al sitio minutos antes de la hora indicada. Trataba de encontrar entre la muchedumbre de gente un cuerpo que encaje con una figura cuadrada, matizada en tintes negativos y de bordes gruesos. Ya estaba oscureciendo y las luces del lugar se encendieron. Mientras seguía sacando cuentas y analizando probabilidades, supo de inmediato que había estado equivocado con la idea de la multiplicación. Diana se acercaba, dudosa también, pero con una mirada fría y penetrante, como si fingiera una indiferencia a dicha actualidad. Era delgada. Aun más delgada que Lucresia, pero no del alto nivel de ortografía que esta última poseía. Eso no fue impedimento para que en Juan, automáticamente, se forme un deseo veloz y de anchas probabilidades. Se repasó los labios con su lengua y las conjeturas de la virtualidad de su acto, se hicieron, de nuevo, trizas olorosas. De repente se saludaron y buscaron rápidamente un lugar para sentarse. Al observarla, tenía la impresión de que ella se había despegado de su imagen virtual -que colocaba en su perfil de Internet-, siendo un mero y sombrío reflejo de su moderna personalidad. Tenía un aura, si bien es cierto, sosegado, pero a la vez oscuro, irónico y gélido. Juan sintió un poco de temor y de desatino al verla, al no ser lo que él imaginó que sería; pero al conversar, percibía la contundencia de sus palabras y el pragmatismo de su ideas. Eso era lo divertido entre las no-civiles. La charla se extendió por largo rato, como una hora quizá, y de pronto ambos sintieron la resequedad de sus gargantas y la necesidad de llevar su delectación al otro nivel, haciendo una de las cosas que más adoraban. El alcohol empezó a fluir, de lo más soso a lo más complejo. Sin darse cuenta, ambos estaban sentados dentro de la casa de la susodicha, en su sala, tratando de seleccionar un nuevo tipo de licor. Recordó en ese instante, las ganas puestas sobre Diana en el momento que la vio. Su lengua hizo el mismo ejercicio con sus labios y sus ojos sin titubeos quedaron clavados en los –ojos- de ella. La mujer intentó hacer lo mismo, y aunque parpadeando, no los despegada del hombre. Pero, sin embargo, el castillo de melosa no duró mucho. Juan recordó a Beatriz y supo que, desde que llegó a ver Diana, habían pasado al menos tres horas. Él, fingiendo dejar el vaso en la mesita de la sala para servirse más licor, mira su reloj y queda atónito. Era casi la media noche.
No muy lejos de ahí, Beatriz empezaba a sentir el rigor de la inexistencia. Juan nunca había aparecido ni a la hora ni en el lugar pactado. No tenía tampoco medio alguno como para contactarse con él, ya que este no tenía ni su móvil, producto de un inexistente robo. Empezó a dar vueltas y vueltas entre las calles de su barrio, siguiendo las mismas revoluciones que la de su cabeza. La desesperación, mas no la desconfianza, hacían de Beatriz una presa hecha y presta. Ella temió lo peor. “¿Le habrá pasado algo malo? Él no desaparece así no más” se decía Beatriz. Empezó a preguntar a quien se cruzaba en su camino por el desconocido paradero de Juan o si en caso lo habían visto. En realidad, Juan nunca pasó por casa ese día. Antes de terminar sus clases, salió directo rumbo al lugar pactado, obviamente listo y preparado para el evento y de sus posibles desenlaces.
De vuelta en la selva, el animal tenía a la victima entre sus piernas disparejas, mordiendo su vientre descubierto de la vellosidad de su carne, previamente arrancada. Los hilos de su lanosidad eran de extra finura y de una categórica calidad, dentro de la coyuntura socioeconómica de los negocios. Su carne era discontinua, rasgada y maltratada por el tiempo. Él podía ver claramente las marcas de los dientes de bárbaros precursores, esos de la rauda muerte; podía ver las manchas indelebles de fulgores ultravioletas y algunos camuflados. La figura geométrica en su mismo vientre y en su misma espalda, en forma de estrella, hacían unos ángulos sorprendentes y equiláteros, originando el desacato de los sentidos conservadores. Precisamente, del mismo modo, ver esa espalda en ángulos rectangulares, era la gloria de ser, a su vez, el mismo, un poliedro regular; con sus propias marcas, mas no rajas, de su propia espalda. De esos rasguños que en días de goce ajeno y adverso fue presa, más nunca tocaron la congruente tinta negra de su espalda ligera. Pero, como todo mundano, tales rasguños se le iban borrando de todos sus músculos hasta desaparecer a ciencia cierta, gracias a la testosterona. “¡Bendita testosterona!” Él decía. Todo era azotado y reducido en el nuevo espacio en el que se encontraban, inmersos en los interiores de su holgado lar. Las últimas gotas de sudor empezaron a caer en el mueble, brillando y parpadeando al son del baile improvisado. Juan se le quedó mirando, emanando lo que le quedaba de aliento, cuando de pronto un portazo se escuchó desde no muy lejos. Unos pasos se sintieron venir hacia el claustro en el cual habitaban.
- Es mi hermano.- Dice Diana totalmente paralizada, con la espina adentro.
Juan la mira, reprendiéndola con la mirada, haciéndola responsable de la situación y dicho sea de paso, de la jugosa redada. El no tenía buena suerte, por lo general, con los vetustos de sangre. Eran demasiado exigentes e hipócritas. Por lo general estos, también, no tenían sangre en la cara para confrontarse con él, ya que todos, de alguna forma, estaban dentro del negocio. Juan empezó a renegar.
- ¡Silencio!- Dice la mujer musitando.
En esos instantes de calor y sudor frío, los jóvenes no se miraban. Ella miraba a la puerta, doblegada y escondida entre sus piernas, y él, de pie y esperando tomar un merecido descanso - no sin antes haber terminado su tarea-, miraba los libros a su alrededor. El tipo este se detuvo en la puerta y por tres segundos no pronunció palabra alguna. Hasta que dijo la palabra clave.
- ¿Diana?-
- Si, dime.- Dice la mujer con tonos de molestia.
- Ya estuvo bueno, ¿No?-
- Ya ya.-
La ironía de la liliputiense conversación solo llevaba a pensar a Juan una cosa: “Esta casa es una jodida trinchera”.
Para cuando despertó Juan, ya estaba en su hogar. Era mediodía y había un sol extemporáneo, perdido entre los albores de un crudo invierno. El hombre miró a su alrededor y se paró de inmediato, revisó su móvil y vio una llamada perdida de Diana. Inmediatamente lo apagó y salió en busca de Beatriz. Camino a tal, se cruzó con varias personas de su barrio, los cuales le advirtieron que su novia lo había estado buscando por todos lados. Cuando la encontró, sabía que decir. La coartada era perfecta, mas no indolora. Ella precipitó su llanto, adolorida por el desasosiego de su extraña desaparición. Era inútil resistirse a su congoja. En ese momento recordó esas lágrimas que semanas antes habían compartido y que quedaron como un hito dentro de su comunidad dualista, como el inicio nato de una sexualidad cristalina y límpida; de la mayor pureza y pasión acalorada. El recuerdo de dos seres desnudos y vivos, visualizándose el uno al otro, tocándose con la mirada y besándose con los dedos, derrochando apologías a su insuperable y singular idilio espacial. El rubor de la vida misma lo había ensimismado esa noche, sólo y por supuesto al estar en casa. Juan sentía miedo, ya que su consumo hasta ese entonces era inconmensurable. No quería ni imaginar la cuenta –en el supuesto caso que deba pagarla-. Había tenido hasta el momento, tres negocios de gran envergadura –dentro de la era de la comunidad- y pronto, quizá, serían cuatro; sin contar con el tráfico semanal de rutina, que por cierto, era mucho más sencillo de conseguir. Esas cosas vienen –más- por si solas. Pero, Juan rápidamente dejaba a lado sus despreciadas ideas de subversión enemiga –ya que eso era inaudito para él- y sus ínfimas posibilidades de parar toda la máquina. No podía quedarse quieto y sentado; tenía siempre que estar en actividad y de pie.
En los días siguientes, Diana mostraba un peculiar interés por continuar con los encuentros. Juan andaba algo mal humorado. “¿Qué se puede esperar de una puta bifurcada?”. Pero una idea entró a su cabeza. “Le voy a demostrar que al final solo hay un camino para las mujeres. Y ese camino conduce hasta aquí (con los hombres)”. Al poco tiempo, formaliza su relación con Diana, con tan solo unos días de haberla conocido –físicamente-.

Los días pasaban rápido y los deseos también. Juan ya andaba pensando en como iría a deshacerse de Diana. Se encontraba tan de mal humor que era capaz de matarla en un instante, pero no quería ganarse enemigos. Ella podría querer morir junto con él, a manera de venganza, ya que su muerte sería inevitable; podría revelar verdades ficticias y denunciarlo ante la autoridad moral de su propia sociedad, generando sospechas e indagaciones innecesarias hacia su persona y que al final sólo le quitaría tiempo, mas no, valgan verdades, rayas al tigre. Él no iba a pagar un gran precio por algo de segunda mano, por algo usado, por algo que bien podía conseguir gratis en la calle con tan solo escarbar un poco y haciéndole un favor al ecosistema, reciclando un poco de materia consumida; además, él tenía un hogar de primera mano, siempre presto a estrenarse aunque él, aún lo dilate. Es por eso que Juan no podía dejarla viva de ninguna manera, a pesar de que con ella la vida era práctica y siempre de batallas épicas."Es un espécimen que siempre recordaré, pero no puedo dejarla viva y mucho menos morir junto con ella. Debo de encontrar la forma adecuada para hacerlo”. Juan sabía bien que una de las mejores formas de desligarse era salir corriendo, en excusa, como una apacible víctima. Él debía buscar la manera de hacer que la mujer se vea forzada a buscar algunas probabilidades externas, como si fueran calmantes. Al principio no veía cómo, ya que Diana tenía un comportamiento impecable, difícil de creer en no civiles como ella. Buscó indicios, pistas que lo lleven hacia las ocultas verdades. Pero ella estaba limpia, no tenía drogas. "Tengo que quitarle el pan de la boca. Sentirá la necesidad de hacer negocio. Tiene que alimentarse. Y así pasó el primer mes, sin ningún problema.

Juan ya había iniciado el plan y deslindaba el camino hacia la destrucción de las raíces, de los nexos. Veía desde su punto la luz que brillaba intensamente a una distancia no muy lejana, llamándolo a escapar y a dominar de nuevo el universo. El corto plazo se vencía y ya no quedaba más remedio que aplastar los palitos. Poco a poco Diana se sentía desplazada, aunada a sus miedos y a viejos errores. Se preguntaba constantemente porqué actuaba así, porqué tenia que disimular el disguto de no tenerlo cerca y que prefiriese obviar sus cálidos encuentros. Pues venía rechazando sus reuniones de amistades compartidas, sus salidas a eventos y negándose extender los pocos tropiezos que tenían.

Diana no tardó mucho en tomar sus revanchas. A buena hora, Juan empezó a enterarse de ciertas tretas de la mujer, para hacer algunos pequeños negocios junto con ex amantes. Aplicaba las matemáticas cuando se quedaba pálida, producto del exceso de estupefacientes; cuando deliraba luego de ingerir alcohol o cuando simplemente bajaba su guardia. Él encontró las pruebas en la mensajería de su móvil y las hizo fehacientes al leer su diario, camuflado entre sus revistas y al costado de Movimientos campesinos. Un día lunes, ya en un avanzado nivel etílico, Diana hablaba en voz alta y su adormecimiento físico-mental era notorio; empezó a quedarse dormida. Juan, con intención de despertarla y seguir con la rutina de todas las noches de soledad paternal, coge su móvil y llama al teléfono de Diana con identidad numérica anónima. Para sorpresa suya, el móvil no sonó."Silencioso o vibrador” se dijo a si mismo. “Recién se está empezando a dormir. Es imposible que no sienta el vibrador”. Sin más dilación, Juan se paró y se acercó al sofá individual donde ella se sentaba y de nuevo marcó su número. No escuchó nada, ni siquiera el movimiento del teléfono. Acercó su oreja a su cintura y tampoco escuchó nada. Antes que despertase, bajó un poco el volumen de la música que no lo dejaba escuchar bien y esta vez puso su dedo suavemente en el teléfono, por encima del bolsillo de su bata. No sintió nada. “¡Ajá! El viejo truco de los teléfonos silenciosos, ¿eh? Definitivamente, los viejos trucos son los mejores”. Juan se sentó de nuevo para retomar la charla con Diana, no sin antes proponerle cambiar el licor por cerveza. Necesitaba más agua que alcohol. Ella se despertó y vio la hora de su móvil, sin inmutarse por completo por las llamadas perdidas.
- ¿Me traes cerveza mejor?- Dice Juan sin dejar de observarla.
- Sí, claro.- Responde la mujer con una sonrisa en la boca. Ella se para y camina con dirección a su estudio, donde estaba uno de sus varios teléfonos domiciliares. Juan creyó escuchar voces, como si conversara, pero la bulla no le dejaba escuchar con claridad. Al minuto salió y fue por las cervezas. A medida que pasaba el tiempo, Juan esperaba lúcido y paciente a que la mujer se durmiese. Más tarde, ya cuando la mujer no pudo más, contó los números y usó las matemáticas. Tenía ahora dos maneras con las cuales podía eliminarla: Encararla, hacerse la víctima y matarla él mismo o mandarla a matar. Las ideas no dejaban de fluir.

Juan pertenecía a una familia numerosa, en la cual tenía hermanos y hermanas. Algunos de ellos, que aún vivían junto a él, eran negociantes también -en su gran mayoría hombres-, pero entre ellos había uno muy peculiar; un hermano con el que solía hacer negocios en conjunto y/o trueques; un hermano de respaldo, los cuales solían ayudarse siempre y encubrirse en sus sociedades anónimas. Si bien es cierto que su hermano era también un drogadicto acérrimo –muy bueno para los abordajes a civiles-, el sujeto era conocido por su carácter sentimental a la hora de hacer negocio, ya que tenía la tendencia de compenetrarse demasiado con sus víctimas, haciendo de este una víctima también. Su punto débil era el exceso de confianza. Pero había otra cosa que de la cual Juan tenía presente. A pesar de que Max era su hermano, Juan no confiaba en él; Max era un tipo codicioso, capaz también de hacer cualquier cosa por conseguir sus bienes. En favor a ello, Juan decidió darle como obsequio a su hermano a la mujer en cuestión, y hacer de este el nuevo victimario, no sin antes demostrarle a Diana el camino hacia la realidad. Este presente le haría ganarse –más- el respeto de su hermano mayor y reafirmaría (a Max) su contundente superioridad para hacer que los negocios no solo se hagan, si no prosperen hasta llegar al éxito total. El resultado del traspaso de bienes no era de mucho interés para Juan, ya que lo único importante para él era el hecho de desvincularse por completo del negocio y de la manutención del feudo. No quería tener deudas con la mujer.
Para antes de la tan ansiada transferencia, Diana empezaba a sentir el rigor de la inexistencia. Sentía que el hombre se le estaba yendo y que, quizá, tendría que volver a sus desesperadas opciones abiertamente preferenciales. Ella sabía que él no disfrutaba mucho de las comodidades civiles que le brindaba y que con eso no lo iba a poder retener, así que empezó a celarlo y a juzgar los lapsos de tiempo que él le dedicaba que, si bien es cierto, eran escasos. Ella decidió darle otros tipos de comodidades, las que él desease, ya que las conocía a la perfección y no le costaba trabajo alguno poder brindárselas; era más bien, todo un placer. Las noches de alcohol, estupefacientes y de sensaciones extremas eran largas. Dentro de esas actividades, sea en solitario –para la pareja- , sea en grupo, sea en su casa o en antros nocturnos, no faltaba la presencia de Max. Ella tenía en cuenta el “afecto” que tenía Juan para con su hermano mayor, y si él (Max) no estaba en compañía, pues, se le daba la compañía; claro está, del momento. Poco a poco fue entrando más el futuro dueño de la hacienda infecunda, hipnotizado por las comodidades vanas que generaba la mujer de gustos multicolores. Dos semanas más tarde –y casi tres meses después del inicio de la relación con Diana-, Juan estaba ya libre totalmente del polvo y paja de la muy andada mujer. Era hora de permanecer en casa, en el seno de su hogar.
En los días de permanencia en su hogar, Juan se sentía como un niño en los brazos de su madre; acogido siempre y sin preguntas después de un mal obrar o de una inocente travesura. Sentía la felicidad y por primera vez sintió los vestigios de un orgullo pulcro y hasta incluso, libre de castigo. Todo era perfecto en el hogar. Todo parecía tener sentido. Todo era fenomenal. Pero, nada puede ser perfecto; mucho menos para un enemigo público. Un día, mientras Juan iba camino a casa en vía a encontrarse con Beatriz, después de clases, encuentra en su mujer un rostro diferente. El no supo porque, pero al solo verla se le escarapeló la piel y sus manos empezaron a sudar frío. Temió lo peor. Al caminar por las calles, notaba en Beatriz un aire de superioridad y omnipotencia, con suma frialdad. El se secó las palmas de las manos con el pantalón, disimuladamente, mientras subían por las escaleras hacia el último piso. Ambos se sentaron en un rincón de las gradas, a las afueras de la casa de Juan, como siempre solían estar dentro de su barrio.
- ¿Vienes de estudiar?- Dice Beatriz mirando al suelo, con un notable miedo al hablar.
- Ehm…sí, claro. Justo hoy tuve una práctica. Que por cierto no la di mal. Me vino justo lo que había estudiado, felizmente.- Responde Juan, tratando de irse por la tangente.
- Juan- Haciendo énfasis y entonando su voz, prosigue- dime una cosa. ¿Te has visto con alguna chica, últimamente?
- Pues…no. Al menos de las que tú no conoces, no.- Dice Juan, esperando ver un cambio de semblante en el rostro de Beatriz.
Beatriz, mantiene su rostro serio y apagado, quizá también, temiendo lo peor.
- ¿Estás seguro?
Juan empieza a sentirse acorralado, pero mantiene la calma. “En tanto tiempo y después de tanta mierda, nunca he fallado. Ella no tiene ningún indicio como para sacarme al fresco. Es imposible”. Pero nada es imposible cuando hay y se tiene desorden. Él estaba tan dopado que la memoria le fallada. Y siguió mintiendo, sudando frío, hasta enredar sus mentiras, por cierto.
- Sí, claro. ¿Por qué? ¿Por qué me preguntas todo esto, ah?- Aplicando un poco de molestia a sus indagaciones, dice.
- O sea ¿Estás seguro?- Insiste Beatriz.
- Desde luego.
Dentro de la mente de Juan algo quería precipitarse. Era una idea, un recuerdo. Pero no lograba visualizarlo. La memoria le seguía fallando. Estaba demente y recuerdo, a la vez. Empezó a sentir pánico. No sabía porque, pero intuía que debía sentirlo.
- Bueno, he salido con algunos primos, tú sabes, reuniones familiares.- Dice Juan.
- ¿Entonces han sido primas?
- ¿De qué estás hablando, eh? ¿Tienes algún problema conmigo?
- Respóndeme.
(¿Que obtendrá él, si fue peor?)
- Bueno, ahora que lo dices, en el tiempo que dejamos de vernos, me venía a visitar una amiga-
En ese instante, antes de que Juan pueda continuar hablando, Beatriz cayó al suelo, de rodillas, y empezó a llorar como nunca antes la había visto. Esa escena quedaría marcada por siempre en el demente recuerdo de Juan.
- ¡¿Qué te he hecho yo, para que me hagas esto?!- Grita Beatriz, intentando retener el llanto- ¡¿Qué te he hecho yo?!
- ¡¿De qué hablas?! Ella solo es una amiga. Es más, ya ni lo es. Dime… ¡¿Qué te pasa?!
- ¡Ya me contaron todo!
Juan no concebía la idea de que Beatriz pueda estar al tanto de todos sus negocios. “Es imposible. De ninguna manera” Pensaba el hombre.
- ¿Te contaron qué?
- Eso ya no importa, Juan.
- ¡Dímelo!- Dice el hombre, sujetando a la mujer de los brazos ante su intento de escapar.
- Un día, mientras compraba unas cosas en "La tienda de la luz azul", me encontré con una mujer que nos conoce y me preguntó si aún seguía contigo. Le respondí que sí. Que en efecto, seguíamos juntos. Yo le pregunté el porque de su pregunta y me dijo que te había visto con una chica, aquí, en nuestro barrio, agarrados de la mano y abrazándose y mucha más mierda. Yo no lo creí. Es más, yo le dije que era imposible, ya que tú estudias todo el día y que en las noches siempre nos vemos; eso no daba espacio como para hagas esas cosas. ¡Era imposible! Pero ahora sé que era verdad lo que me dijeron.
Juan quedó sorprendido. Había olvidado por completo que Diana había ido a su casa en varias ocasiones para ser trasquilada, a insistencia de ella y que también la había acompañado al paradero un par de veces, pasando por las calles de su barrio. Recordó lo pegajosa que era cuando estaba junto a él. “¿Cómo pude ser tan indiscreto? No debí traerla hacía aquí” Lo que decía Beatriz era cierto, pero por poco tiempo.
- Ya basta. Lo que te dijo esa mujer es pura mierda. Sabes bien que ella siempre se ha dedicado a hablar mal de la gente. Nosotros no somos una excepción y sabes muy bien que nos tiene antipatía. Esa chica, a la cual mencionan, no es nada más que una amiga que vino a visitarme un par de veces, para conversar y hablar de algunos problemas que ella tenía. Eso era todo. Después de eso, dejó de venir. Quiero que te pongas a pensar, Beatriz. ¿Tú crees que sería tan tonto, queriendo engañarte, de hacerlo aquí, a la vista de todos? ¿No crees que alguien que engaña haría esas cosas donde nadie lo vea? Si ella vino hasta aquí, fue porque yo se lo pedí. No tenía intención de moverme por alguien que no tiene importancia. Lo que esa mujer dice que vio, no habrá sido nada más que simples empujones que a veces me daba, después de que me burlaba de sus malaventuranzas con su novio. Mira, debes cre-
- ¡Pues vete a la mierda! ¡No te creo nada! ¡Ya no te quiero ver más, NUNCA MÁS!
Beatriz se zafó de los brazos sujetadores de Juan, pateándole la parte frontal de su pierna con la punta de su pie, y se marchó bajando las escaleras prácticamente corriendo. Él fue detrás de ella, corriendo también, hasta llegar a su casa y tuvo que detenerse, ya que él no podía asomarse de tal manera, en gritos marciales. Ella entró y todo quedó allí. Se quedó parado y agitado, con un intenso dolor en la pierna. Estaba sangrando.
El ambiente rojizo, en la otra cara del rojo, espeso y denso, empezó a formarse en su mente. Su cabeza empezó a tambalear, de adelante hacia atrás, de atrás hacia delante. Pensaba y dejaba de pensar. Pensaba y dejaba de pensar. Por alguna razón, empezó a percibir dolor, aunque lo que más sentía era miedo. Ese extraño dolor, enmarañado en el ambiente con efectos sepia, empezaba a caldear y también a hacerse físico. Empezaba a causar ciertos estragos, ya que empezaba a distraerlo. Veía borroso y no podía respirar bien. El futuro era incierto. El hombre temía lo peor. “¡No puedo perderla justo ahora, mi esfuerzo habría sido en vano!” pensaba. Pero se estaba mintiendo, ya que en realidad, sus interiores estaban ya hechos uno con los de ella. Estaba enamorado por primera vez, en tanto tiempo y en tanta mierda, pero él no lo sabía. Y aunque lo llegase a descubrir, no lo toleraría.


Un día despertó, con el malestar típico de un trago barato. Estaba echado e inclinado hacía un costado en una cama de azar. Había tenido un sueño terrible, una pesadilla. Soñó que Beatriz era perpetrada por alguien que no era él y que era una perdida, que sea había convertido en un enemigo público, haciendo y deshaciendo con la destreza que él mismo (Juan) tenía; eso era inadmisible. “Putamadre ¿dónde estoy?” y se dio la vuelta. Vio a la mujer y se asqueó. “Se suponía que solo la dejaría en su casa…” Y ahogo una risa. Mientras observaba el reducido perímetro y la sangre, recordó su sueño e inevitablemente vio en la mujer, su mujer. "¡Mierda!" Se dijo a sí mismo, sujetándose con fuerza la cabeza. ¿Qué obtendrá él si fue peor?





Paraesología

Todos somos un número. Para todo somos todos un número.
En cada cosa y para todo, somos todos un número.
En la tierra o en los campos, somos todos un número para todos.
Y vaya que esos números no mienten. Pues los números nunca mienten.
Me gustan los números porque siempre dicen la verdad, cuantitativamente.
Ellos me “cuentan” la verdad de otros. Entonces, para poder saber la verdad, no debo buscar a esta, si no a sus números. Los números me “contarán” la verdad.
Yo debo interpretar a los números, ya que estos tienen la verdad. La verdad aunque duela o cause felicidad.
Si bien es cierto, yo interpreto los números a mi forma de pensar. Pero aunque mi forma de pensar, diferente sea de los demás, nunca dejarán de ser los números ni las ocurrencias que un día se permitieron pasar.
La verdad es difícil de encontrar, o de poder por completo revelar.
Uno puede caer en la locura, intentando romper el cráneo de otras personas, al no llegar a penetrar. La locura genera más debilidad. Es un círculo vicioso, temible de parar.

Los números me contarán la verdad. Debo dejarme guiar.

Yo tengo uno. Tengo un número. Pero es de algo especial.
Es especial porque no es un número cuántico. Es un número símbolo e impar.
¿De qué es el número? Eso, solo yo lo sé y nadie más.
Por más que sepan el número, jamás sabrán la verdad. Mi verdad.
Yo no revelo mis números, a nadie. Al menos, nunca la exacta cantidad.
Es por eso que nunca sabrán toda la verdad. Claro, en caso pudiesen saber esa nimiedad de verdad, que adrede o de casualidad, dejo escapar.
No me será tan difícil contar, ya que (la gente) no es buena tratando de ocultar sus trastos y suciedad.
Solo debo ir contando y cada vez sabré más la verdad. Esta me llevará a ciudades extranjeras o quizá, solo a mi propia ciudad. Que te parece…empecemos a contar.
¡Hoy se inicia el conteo final!


12/20/09 10:00

diciembre 13, 2009

El conocimiento

Que aburrido.
Ya no quiero estudiar más. Ahora quiero trabajar, ya.
Me cansé de estudiar, no se puede estudiar más.
Ya no soy aquel estudiantil capaz y aplicado.
Quiero dinero, mucho dinero. Mucha ganancia.
Quiero gastar ese dinero y compartirlo con los herederos.
El olor de cada libro me lleva a recordar esos tiempos de escuela.
Ya no se puede estudiar más. Ya boté mis libros.
No quiero estudiar más.
Ahora…

"Quiero trabajar para ti"



02/03/08 19:53

diciembre 09, 2009

Versión 1.0 (2)

Con poco tiempo de vida y con el peso ajustando sus muñecas, Héctor delibera como ninguno otro, afrontando valiente y responsablemente el precio de haber reiniciado su vida. La casa esta desolada, desordenada, con una avaricia de platos rotos y de sangre. Sangre de ojos. Sudor de ojos. Los niños que un día se crearon y crecían en la mente fusionada de dos seres se esfumaron, junto con el jardín de atrás, las escaleras que llevan a la terraza, la hamaca debajo de la palmera, los graffitis en el techo principal, la flor al costado de la cama, las sabanas blancas de esta y el amor por la pureza.
Tenía en su boca, el sabor de su derrota; tenía en sus manos las manos de esta, escurrida pero sonriente. Bufona. A su vez, llevaba a una muñeca en su otra mano, escurrida del mismo modo, con cara de trapo pero encendida por el fuego que ocasiona la perfidia y también la derrota. Era él un guerrero minusválido que luchaba por una nación bifurcada, dividida, -repito- desolada. No era un trato justo pues la paga era mala. La misión: rescatar un cadáver entre los desechos de otras personas muertas en el anterior accionar del soldado cuando aun tenía la fuerza diestra.
El frío quemaba lo que quedaba de sus pies al caminar y el sol calentaba lo que quedaba de su cabeza a la hora pensar.
Sabía que lo peor de ser derrotado era sentirse acabado. Así que respiró doble; una bocanada para él y otra para el cadáver.
Empezó a escuchar comentarios y a ver escritos con pintura roja en las paredes de ciudades sin gente, en la que decían que era una misión imposible y que moriría en el intento, tal parecido o igual que en sus viejas piruetas mortales. La óptica de la misión era amplia; tan amplia que no se podía ver el margen de esta. Empezó a odiar su alimento: La carne de los ángeles caídos. Detestaba, ahora, lo que siempre había consumido. No hay una lógica aparente.
Así es. Mucho menos una cura aparente para su enfermedad y de la carga. Así fue como comenzó también a inyectarse morfina de la más barata. El dolor se menguaba y por momentos –mientras duraba el efecto de la droga- perdía la sensación de la enfermedad, pero luego dejaban efectos secundarios como traumatismos encéfalo-craneales, epilepsia, convulsiones, auto mutilación, espasmos nerviosos, sensaciones de ahogo, condición extrema a critiquizar, Amok, y demás alucinaciones extravagantes.

Es difícil estar fuera de lo creado y estar al otro lado de la valla, sentado en piedras angulares con formas de navajas, con olor a perfumes baratos y a pasto recién cortado.

- Tienes que permanecer más tiempo en casa muchachón.
- Lo sé, pero tengo que drogarme, si no, ni fuerzas.
- Ve, ve. Haz lo que tengas que hacer.
- Solo es para poder mover la máquina. Es todo. Detesto mi pobre alimento.
- Y pensar que de eso vivías (Risas).
- Si, pero ya no me hace las tareas.
- Ah, si pues.

"Tu deber era incendiar su alegría"


03/01/09 19:20

diciembre 04, 2009

Versión 1.0

(Por un momento me detuve a pensar y a tratar de entender como se operan los números)

Se que has aprendido a sonreírle a la muerte y que hasta has sido más cruel que ella. Aún recuerdo muy bien ese día. Estaba rojo, enajenado, sediento, ensangrentado y perforado por las agujas plateadas cuando me dije "He quemado hasta el mismo fuego y asesinado hasta la misma muerte". Ese día supe que había llegado al punto máximo y creí que nunca llegarías a nacer. Pero me equivoqué.

Años después naciste. Y no de mí, si no de todo lo contrario y precisamente de lo que después me asesinaría.
Mi muerte no fue rápida y fue la más cruel que se puede aplicar a un asesino: La muerte lenta. Así fue que, como yo, al borde de la muerte y en el ocaso de mi vida intempestiva, y tú, en el duro inicio de una vida apasionada, nos vimos las caras reflejadas por primera vez.

Sé que fue duro, lo sé, que tu madre muriera en tu alumbramiento. Sé que es una carga muy fuerte de llevar y de sobrepasar, con solo pensar que te dieron la vida y que el precio fue otra vida: La de la persona amada.
Empezaste a vivir –de nuevo, muy joven- e inmediatamente tu sangre perdía su color y se derramaba. Se dice que su primer amante no fue otro hombre, si no el mismo frío. El frío de sus puños en contacto con tus mandíbulas.
Sé también que hasta me culpas en gran parte de la muerte de esa persona, pero déjame decirte que yo, en ese entonces, no era solo yo, eras tú también; tus manos eran mis manos y mis víctimas las tuyas. Nuestra visión era amplía y lo veíamos todo.

- ¡¿Pero por qué no vimos esa mano sincera y altruista que nos daba ayuda?!
- Tarde.

La Madre murió con una promesa a priori de su muerte de revivir algún día. Desde ahí te quedaste sin hogar, sin un techo, sin palabras que poder dar y demás.
Pasó el tiempo y empezaste a caminar en cuatro patas para no sentir demasiado el peso de tu carga. No es saludable vivir de bajo de los puentes pero aunque sea no te mojas cuando llueve…pero sientes lo gélido de tu interminable estación.
Se te escucha aullar por el frío que ahora no te golpea, más te clava lentamente. Ahora sabes como es sentir algo no agradable que duerme contigo día y noche junto al frío. Tu cola acolchada (tu pasado y tus recuerdos) te ayuda a abrigarte.

Nadie sabe lo que hay allí detrás, porque simplemente callas para no escuchar lo que sientes. Nadie merece saber, por lo menos son pocos los admisibles. Además, ¿Buen motivo alguno para confesarlo y decirlo? No lo hay. (¿O si?)

Se que buscas un hogar, un techo, palabras que dar y demás. Sé que ha pasado el tiempo y quieres volver a caminar en dos patas en señal de haber desestimado tu carga. Pero también sé que desestimas los alquileres...y estimas la transparencia y la comprensión.

¿Alguien quiere adoptar a este cachorro?



- Yo también aprendí muchas cosas y sigo aprendiendo otras. Y claro que me arrepiento...¡Por qué pude haberlo hecho mejor! (Risas)
- Si, se nota...
- ¿Deseas que me encargue de todo?
- No.
- Cuando tú desees, llámame.





En verdad nunca pensé ser aniquilado por la víctima. Ahora solo tenemos la visión del vacío.


"¿Puedes ver el vacío?"




10/02/09 01:00

septiembre 22, 2009

"M"

Luego del gran suceso, te veía caminar. Lo hacías despacio y con la frente marchita. ¿Quién lo pensaría de ti? Recuerdo que una vez me llamaste "Sucio" y me dijiste "Me transmites tu hedor, apestas". Me tomaste por sorpresa. En realidad, me tendiste una trampa. No sé como fuiste capaz de ser complice de mi muerte, a pesar de que aún tú no existías. Confabulaste con tu madre mi derrota. Creíste que el cobro se había hecho cenizas junto conmigo, pero no, te equivocaste. Al menos eso yo creo. Aún no termina todo esto, debes pagar.

Pero, a pesar de todo, seguiste consumiendo.

Acabar con todo, borrarlo todo, cortarlo todo, hasta incluso, bajar el arma, no es tu libertad mental; es simplemente quedarte indefenso. ¿Crees que todo ha terminado? Sinceramente por un momento lo creí. Quizá ya era hora de que seas libre, pero al parecer, recién comienza. Yo te lo advertí.
Serías tú quien cargue con mi consumo; y por eso yo te lo agradesco. Ibas a pagarlo todo, en el solsticio de nuestra vida moderna.

En realidad, simplemente apretaste un botón: El botón de la cuenta, de fin de servicio.
Te deseo buena suerte. Aunque igual da, es la misma...

septiembre 16, 2009

Anestesia

"Llegué, no estoy en suelo, lo sé. Ahora estoy ciertamente más de pie. A ver que resulta de esta vez… ¡Ah! No me arrepiento. Aquí voy, soy un ladrón.Ya casi me voy… ¡Ya! Acabé. Ya no estoy más de pie. Cada vez que yo soy, vamos a jugar a esto que yo sé jugar. Tú no sabes quien está aquí. Tú no sabes que hay aquí. Ha! Vamos a jugar a esto que yo sé jugar." Un ladrón iba caminando por el sendero de un incauto peatón, con los ojos fijos en su cartera. El ladrón se acerca, hace sonar su caminar, y lo embiste, amenazandolo con una espada. El ladrón de repente baja su mirada. - ¡Toma mi cartera! - No. No quiero tu cartera. - ¡¿Qué quieres entonces?! - Quiero tu vida. Tendrás que morir. El peatón cae al suelo. Se queda sin vida. El ladrón se queda mirando unos instantes antes de irse. Da unos paso hacia adelante y regresa. Toma la cartera y se va.

agosto 17, 2009

Antónimos y sinónimos (3): Comunicación avanzada


Inicio de sesión: Sábado, 05 de febrero del 2005
History – Siempre hay un Rock alternativo (
nombre1@hotmail.com)
Sin nombre – Sin mensaje personal (
nombre2@hotmail.com)
(23:29) Sin nombre : hola
(23:30) History : saludos
(23:30) History : quién eres? identifícate
(23:30) Sin nombre : hola, soy Alejandra
(23:34) History : bien. de dónde has conseguido mi correo?
(23:35) Sin nombre : pues lo vi en un grupo de msn, eras administrador. me gustó la página y su contenido y fue por eso que te agregue
(23:41) History : oh, ya veo
(23:42) Sin nombre : como te llamas?
(23:45) History : me llaman History, pero mi verdadero nombre es Juan
(23:46) Sin nombre : y por qué History?
(23:49) History : es que siempre suelo firmar así
(23:50) Sin nombre : ah ya
(23:54) History : si
(00:10) Sin nombre : y cuantos años tienes?
(00:12) History : 18
(00:12) History : y tú?
(00:13) Sin nombre : 20
(00:13) History : bien
(00:13) Sin nombre : bien que? :S
(00:13) History : o sea, de acuerdo, ah ya, está bien, ya veo, etc
(00:14) Sin nombre : jaja ah ya
(00:14) Sin nombre : bien
(00:16) History : ja
(00:16) History : bueno, me retiro debo hacer unas cosas por aquí
(00:16) History : cuidate
(00:16) History : saludos
(00:17) Sin nombre : ok
(00:17) Sin nombre : cuidate también
(00:17) Sin nombre : conversamos luego
(00:18) History : de acuerdo
(00:18) History ha cerrado sesión

El día que ya se había ido, fue de fiesta como siempre lo es, en vísperas del día central de cada mes. Juan, después de verse y dejar en su casa a Beatriz, llegó a la suya lleno de placidez y de un muy buen humor. “Que grata sorpresa” se dijo a sí mismo Juan en voz baja, mientras iba en rumbo a reunirse con unos amigos al centro de la ciudad, luego tener la pequeña plática con esta indocumentada mujer.
Al pasar de los días, veía esporádicamente conectada a Alejandra, pero siempre por las noches, en un rango promedio de las diez hasta un poco más pasando la media noche. Juan no se conectaba inmediatamente. Él sólo la observaba de lejos con el record (bitácora) de su PC y estudiaba sus movimientos. En esos primeros días, cuando Juan se conectaba, ella le hablaba casi automáticamente, pero Juan se mostraba frío y tieso, y le tardaba en responder. Es más, solo trataron temas sin mucho interés para ambos, como el contenido de la página, de su inicio y de su progreso; no mucho que desear, pero él detectaba un cierto interés por parte de ella hacia su persona. Él tenía las orejillas levantadas. Escuchaba piedras corriendo en el sentido de la corriente. Ya era hora de trabajar y sabía desde luego que, luego de las matemáticas, venían las flores.


Inicio de sesión: Jueves, 10 de febrero del 2005
History – Siempre hay un Rock alternativo (
nombre1@hotmail.com)
Sin nombre – Sin mensaje personal (
nombre2@hotmail.com)
.
.
.
(23:03) History : y dime, a qué te dedicas?
(23:03) Sin nombre : :O
(23:04) Sin nombre : estudio comunicación jovencito
(23:05) History : oh, mira tú
(23:05) History : interesante
(23:05) History : entonces me imagino que debes comunicarte bien
(23:06) Sin nombre : jajaja
(23:06) Sin nombre : bueno, tantito
(23:06) Sin nombre : :P
(23:06) Sin nombre : estoy llevando cursos de varios ciclos
(23:07) Sin nombre : en realidad ya debería estar por terminar
(23:08) History : ah, sí?
(23:05) History : tienes 20 cierto?
(23:03) Sin nombre : así es jovencito
(23:03) Sin nombre : pero pronto será 21
(23:05) History : oh
(23:05) History : está usted llena de sorpresas, señorita
.
.
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(01:16) Sin nombre : bueno eso no lo sé porque no le conozco
(01:17) History : pues podríamos salir juntos a tomar algunas
(01:17) History : qué le parece, señorita?
(01:17) Sin nombre : muy bien jovencito, gustosa yo
(01:18) History : perfecto
(01:18) History : qué día le parece? viernes?
(01:18) Sin nombre : fin de semana eh
(01:18) Sin nombre : mmm
(01:18) Sin nombre : y el sábado? Yo tengo justo una reunión, me puede acompañar
(01:20) Sin nombre : claro, si usted quiere jovencito
(01:22) History : mejor mañana señorita
(01:22) History : lo que pasa es que el domingo tengo una reunión familiar y debo acostarme temprano para ese día y eso
(01:23) Sin nombre : oh ya, no hay problema jovencito
(01:23) Sin nombre : que sea el viernes entonces :)
(01:23) History : bien
(01:24) History : le debo esa salidita, señorita. no se preocupe
(01:24) Sin nombre : ok jovencito, asi sera
(01:26) History : viernes a las 6, sí? en el paradero del chifa
(01:26) Sin nombre : ok :)
(01:27) History : perfecto
(01:28) History : me retiro, señorita
(01:28) History : cuídese
(01:28) Sin nombre : jovencito, disculpe
(01:28) Sin nombre : pero como le reconozco??
(01:28) History : mmm
(01:29) History : camisa negra, cabello ligeramente ondulado
(01:30) History : y a usted? como le reconozco?
(01:31) Sin nombre : blusa blanca y una chompa media mostaza
(01:32) History : alta, baja, blanca, morena? algo por estilo?
(01:32) Sin nombre : media china jeje
(01:33) History : oh
(01:33) History : definitivamente, está usted llena de sorpresas, señorita
(01:33) Sin nombre : ay jovencito, usted siempre
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(02:45) History ha cerrado sesión

A mediados de la tarde, en el día pactado por Alejandra y Juan para verse, este último se encontraba conversando con su círculo de su barrio, repasando choques anteriores y planeando uno que otro asalto en conjunto para los siguientes fines de semana. Últimamente habían sido recolectados buenos botines y el consumo de estos pequeños estupefacientes, tenía a Juan totalmente recargado de artimañas y planes cortantes. Tanto para él, como para su círculo, los primeros meses de ese año habían sido de vacas gordas. Minutos antes para las seis, Juan emprende el camino, despidiéndose antes de sus amigos calurosos y complacidos al escuchar el pase de esa noche. Claro estaba hacer nones de vista de la presencia y ruta del caminante hacia el “drugstore”, como ellos le llamaban. Estando ya Juan en el lugar del encuentro, se da cuenta de que el lugar no era muy seguro después de todo; él podía ser visto. Ante tal situación y a la demora de Alejandra, decide ir al teléfono más seguro y cercano. Cruza la pista adentrándose por las tiendas, y, desconfiado a su paso de algún rostro conocido, marca el número.
- ¿Aló? ¿Alejandra?
- Jovencito…-Dice Alejandra con voz preocupada.- Disculpe…ya estoy por llegar. No pude salir de casa tan rápido después de todo. Mi papá me retuvo.
- Bueno, no hay problema. Cuando esté por llegar, me da una timbrada ¿Está bien?-Responde Juan, fingiendo ser amable ante la demora.
- Ok, jovencito. Espéreme un ratito, solo cinco minutos.
- De acuerdo, la espero.-Y cuelga rápidamente, serio y pensativo por sus últimas palabras.
Juan cruzó de nuevo la pista y se escabulló entre las calles solitarias de ese lado de la avenida. Dicha zona prestaba una tranquilidad, pero a su vez, le daba más tiempo para recordar y pensar a Beatriz. “¿Qué obtendré yo si fui peor?” se decía a sí mismo mientras la recordaba. En eso suena su teléfono. Era Alejandra que había llegado. Juan se paró de la acera, tomó aire y se encaminó hacía el paradero en donde ella se bajaría de su colectivo. Apenas pudo visualizar el paradero -mientras caminaba-, pudo ver a una mujer parada dándole la espalda, junto a un teléfono, junto a un chifa, vestida con un jean color azul, zapatillas color verde, chompa mostaza, de cabello negro y liso. Juan la aborda y le saluda levantando una mano, e inmediatamente, con un beso en la mejilla. Ella del mismo modo, imitándole, le saluda a él y, este último observando su mano, la invita a salir inmediatamente de ese lugar. Caminando y platicando, los dos jóvenes se miraban constantemente con ojos furtivos, los cuales terminaban desembocando, al final, siempre al suelo. Ambos tenían una sonrisa aparatosa, amplia y con unos dientes perfilados, que hacía que su química sea instantánea y la atracción mutua, innegable y apacible. Como bien lo había dicho Alejandra, ella tenía los ojos rasgados, negros como una canica pirata y amplios como su agraciada sonrisa melosa. Era blanca, sí, aunque más que eso, simplemente no era trigueña.
Pasó un mes y ambos jóvenes se adentraron en clases. Empezaron a verse menos debido a que sus horarios de clases eran impares y traslapados; Alejandra por las mañanas y tardes, y Juan por las tardes y noches. Para esto, él aprovechaba los días en que entraba tarde a estudiar para poder ir recogerla a su universidad. Fue ahí donde se dio cuenta que había una infinidad de personas conocidas o que tenían algún lazo en común consigo mismo. Era una desventaja, sí, pero una ventaja a su vez, ya que con eso él podría conseguir información sobre Alejandra y era precisamente lo que iba a hacer. No podía arriesgarse de semejante manera por un pedazo de carne por el cual tendría que pagar la condena de ser delatado, escarmentado, castigado con la nada -con el vacío- y vetado del consumo de drogas. Iba a hacer todo lo contrario, como siempre lo hacía: el cliente debe pagar por adelantado y luego, ser asesinado.
Poco tiempo desdpúes la relación entre los jóvenes llegó a ser tal, que se veían casi todos los días, a excepción de los sábados, que de vez en cuando salían a alguna reunión o simplemente a pasear. Debía él repartir el tiempo ordenada y camufladamente, para que tanto como Beatriz, su mujer capitalina, y Alejandra, su mujer provinciana, no sospechasen de la rutina acelerada y refinada de éste en cada viaje, entrenada precisamente con ese designio, de poder ser como un pulpo pinta-paredes o una especie de máquina que podía escanear, fotocopiar y/o imprimir deseos a la vez.
En una de esas salidas, luego de varias semanas de frecuentarse, deciden ir al cine. A la salida del evento, los alrededores parecían no importar para los dos jóvenes. Se quedaron parados, viéndose el uno al otro. Juan fingía una serenidad absoluta, ante la prominente posibilidad de ser visto, y Alejandra, ensimismada, acertaba solo a sonreír con su poderosa mirada rasgada, cómplice de los deseos de Juan de poseerla. Para esto, todo había encajado: la hora, el día, el filme, la ubicación, el estado de ánimo y hasta el hecho de pagar a medias los gastos. La paciencia sutil, elegante y primorosa de Juan dio sus frutos, de esos dulces y pomposos, llenos de sexualidad pura y de trasluciente inocencia, de brillante ingenuidad –o de un profesionalismo serio, del cual Juan tenía una sensación en todo ese tiempo de haberla conocido-. El cliente empezaba a pagar…haya o no haya querido. El deseo no se hacía esperar.
Alejandra rompió la inercia idílica y se abalanzó hacia Juan.
- Jovencito, abráceme.- Dijo ella al apretujarlo a su pecho.
Él, en absoluto silencio, la abrazó e intentó introducirse en sus oídos.
- Claro que sí, señorita.- Repuso- Claro que sí.
Cuando Juan la abrazó, detectó una debilidad. Una fuerte debilidad que empezaba a revelarse precipitosamente; era él mismo la máquina que la mujer buscaba poseer para saciar sus más íntimos deseos, las más intrínsecas emociones y el más recóndito apetito de ser devorada por –y con- amor. Atinó a pensar que el cliente no era un satisfecho acreedor de dichas emociones y deseos. Quizá, simplemente, no le había dado resultado hasta el momento, y es ahí donde entra a tallar el hacedor; ¿Qué era lo que buscaba realmente Alejandra? ¿Era una niña empobrecida y marginada de un buen amor o acaso era Juan una presa sustanciosa y saludable, prestadora de energía “joven”, de la que la “señorita” anhelaba poseer? “Quizá solo era una pobre buena actriz, como muchas hay” pensaba Juan. Sea como fuere, en ese preciso instante, Juan tenía la palabra. Contaba con la ventaja de la situación y pensaba aprovecharla de la forma más personal, muy a su estilo.

Él, abrazándola más fuerte aún, intentando enternecerla al máximo, busca penetrar sus tímpanos, hasta llegar a su cerebro, receptor y traductor final de las bienaventuranzas de éste, su bien educado emisor. No la besó, pero se acercó a su boca, e inclinando un poco su cabeza hacia arriba, la miró a sus rasgados ojos negros y se quedó así, mirándola, provocante y altanero, caballero y respetuoso, todo a la vez. Los ojos avispados de Juan sólo se concentraban en mirarla fijamente, dejando a lado la observación. En el clímax de esos instantes, toma como único representante y vocero fiel al corazón (de ella), quien mismo operador de telégrafo, transcribe al pecho de Juan un telegrama muy extenso, interminable, siempre repitiendo el mismo acelerado mensaje en código Morse. Era el mensaje que él esperaba. El viejo truco de aguardar y hacer que la contrincante –la víctima- se confíe, para llevar así a su huésped a un nivel más alto, no tenía pierde; caería así para una siguiente oportunidad desde el piso de la rauda muerte, insegura y dudosa de cuando es que atacaría, o si es que atacaría su enemigo –depredador-, en este caso, Juan.
Con mencionado avance, él joven se retira y derrama flores al platillo, que ya casi estaba listo en la mesa para saborear. Ahora necesitaba de nuevo un poco de matemáticas. Juan tenía nuevas dudas y nuevas probabilidades que estudiar por parte y cortesía de Alejandra. Tomando una cerveza y fumando un cigarrillo, se relaja y piensa en todas ellas, estudiándolas una por una. Teniendo ya las más certeras, debía emplear un poco de fórmula, de números, de pruebas y ensayos, de investigación. Para las próximas dos semanas, decidió no verse con Alejandra, dedicándose por completo a su escudriñamiento y a su olvidada mujer, quien la tenía ya descuida por casi dos meses.
Superada ya la pesquisa, Juan llega a una conclusión: atacar frontalmente. La víctima se encontraba, como lo había advertido, en una etapa de receso y de búsqueda de una fuente de calor verdadera, altruista, y que mejor que un joven sincero, amante de la vida misma y caballero, para ser el mejor conserje de sus amores tiernos y sentimientos puros, osados de placer libidinoso. La chica lo quería todo, y confiaba en que Juan, a pesar de su corta edad, pudiese darle el conjunto perfecto de amor y sexo.
Análisis de sexos. En dicha materia, la distancia era considerable, técnicamente. Juan la recordaba por las imperfecciones que tenía. No era la típica mujer ergonómica de modelo, teniendo en cuenta su mayor altura y peso. Su cuerpo tenía las armas, más no la estrategia. Todas estas cuestiones técnicas eran de sumo interés para Juan, ya que, precisamente, eso la hacía más atractiva y sexual para si mismo. El disfrutaba de trabajos así: de madera astillada para tallar, de carne cruda para asar y comer, de retazos de tela para coser y crear; no había emoción alguna en tener cosas listas y perfectas para consumir, muy aparte de que no se aprendía nada, más que el solo saber que no había más que hacer ahí –y eso lo sabía bien-. Era por eso que ella significaba un buen golpe para él, una hazaña por cumplir y una droga fuerte con que hacer fluir. Pero -como en todo hay un “pero”-, hasta la perfecta imperfección, tiene imperfecciones. El tamaño de la palma y dedos de su mano eran notoriamente grandes a comparación a las de Juan, y eso denotaba una intimidación hacia su persona. Esas manos podían, quizá, hacerlo pedazos y de eso temía. Sabía también, por ello, que él mismo no era un pordiosero en la calle –su calle-. Pues no estaba desguarnecido. Él era un negociante y de los buenos, que conocía muy bien lo que era el hogar con Madre, y la calle, con sus prostitutas de buena cría. Eso lo tranquilizaba y lo concentraba en su negocio actual. Era hora de atacar y de iniciar el plan.
Al poco tiempo, Alejandra y Juan deciden unirse como pareja ante una sociedad notoriamente especulativa e incierta. Ella, con una felicidad que colmaban de ternura sus expresiones, hacía siempre hasta lo imposible por tenerlo cerca a Juan. Esto no le convenía a él, ya que no se puede en una relación parcialmente irreal -hecha por sí mismo-, dar demasiada prioridad. Dichas relaciones tenían un tope de seriedad que no se podía sobrepasar, ya que si no era así, existía la potencial probabilidad de ser descubierto y quedar a la intemperie: que los “unos” se mezclen con los “otros”; cada grupo, cada bando, cada mundo, tenía una versión diferente de la vida de Juan, y el hecho de trasponer esas versiones provocaba un estallido, como el choque de la Tierra y un planeta cercano, como el toque entre un lado positivo y su negativo; posteriormente, se generaba una aversión hacia el actor negociante, que como se había dicho, le podía costar hasta la vida. En toda pirueta mortal, se corría el riesgo de morir en el intento.
Cuando la buscaba, en los campos elíseos, no la perseguía, más la acosaba. La víctima –Alejandra- sentía como alucinaciones, como hologramas en forma del hombre, que aparecían y desaparecían y se le acercaban, por delante, por detrás, por los costados, por cualquier lado de sus 360°. Ella se confundía y se aturdía, a la vez que se excitaba. No sabía cual imagen era de verdad, de carne y hueso, o cual se haría humo en media noche; no sabía en que momento dicha imagen estaría o se esfumaría de su derredor. Era una presa rodeada por decenas de depredadores vestidos con la misma piel, pero solo uno sería el que la mordería sin piedad. Mientras ella estaba en la boca del hombre, se derramaba la sangre de su carne. Olía a eso, a sangre. Pero solo olía, más no había. Los huesos se quebraban a la par de su ceño al contorsionar su vida; esa vida que terminó siendo bebida energizante del comediante que no paraba de reír. Entre la neblina espesa formada en los jardines, Juan supo que había ganado una batalla y que estaba cobrando un botín, conquistando una esclava y acumulando un mérito más que nadie podría saber, tan solo él, a penas ella y quizá después, su pobre mundo llamado Planeta X. Había hecho arder al mismo frío. Ella debía morir en manos de su enemigo, pero después de ser estudiada al revés y al derecho, ya que la inversión en este espécimen, ante este resultado que fue el esperado, valía la pena. Desde ya vio los augurios de su muerte. Su cuerpo y sus ojos hacían la señal de la cruz, y era ahí, en esos campos, donde sería su tumba. "Aquí he de enterrarla" se dijo a sí mismo.

Quedaría grabado en su mente y en sus percepciones esos ojos camino horizonte y abultados producto del regocijo, captores de esos dos soles negros, que provocaban la conocida codicia de su hacedor.



Inicio de sesión: Domingo, 12 de junio del 2005
History – Dinámica Planetaria (
nombre1@hotmail.com)
Sin nombre – Sin mensaje personal (
nombre2@hotmail.com)
(22:48) Sin nombre : hola, juani
(22:49) History : saludos ale, cómo estás?
(22:49) Sin nombre : muy bien, extrañándote desde ayer
(22:50) Sin nombre : si tan solo hubieras llegado mas temprano :S
(22:50) Sin nombre : hubieramos podido pasar mas tiempo juntos no crees?
(22:51) History : si, disculpa. tú sabes, los amigos no te sueltan con facilidad
(22:51) Sin nombre : mmm me imagino
(22:51) Sin nombre : pero estuvo good ññ
(22:52) Sin nombre : eres un malo jajaj
(22:54) Sin nombre : ah, yo??
(22:54) Sin nombre : no creo haber sido el único
.
.
.
(23:55) Sin nombre : nos vemos mañana? :)
(23:56) History : oh, lo dudo. mañana tengo hartos trabajos que hacer en la noche
.
.
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(00:13) History ha cerrado sesión


Horas más tarde, en el transcurso de la noche, Juan se reúne con Beatriz en el lugar en donde siempre solían hacerlo. Era un día curioso, sin duda. “¿Se está poniendo cada vez más bella, o soy yo que estoy demasiado necio para no haberme dado cuenta?” se preguntaba él a si mismo. “¿Por qué su sonrisa es cada vez más grande? ¿Por qué sus ojos están grandes también? ¿Por qué está tan (más) esbelta? ¿Por qué es tan perfecta? ¿Por qué ahora, si yo la conocí casi perfecta? Estoy demasiado necio para no haberme dado cuenta”. Esos eran los estragos de la virtud. “Ella es demasiado buena para mí, pero aun así, es mía”. Sí, era cierto. Beatriz había nacido para ser transparente una sola vez.

julio 21, 2009

Antónimos y sinónimos (2): El ABC de las cosas

Los primeros días de clase siempre suelen ser aburridos. La mayoría entró a sus respectivos salones con la expectativa de lo que puedan encontrar entre la variedad de compañeros. Los hombres esperaban ver mujeres que puedan prestarse para juegos de chicos malos y las mujeres esperaban, por su lado, cualquier figurita recortada que le pueda ligar. Luego de todo eso, estaban los que simplemente cumplen la función de relleno, de espectador. Los que prestan atención a la clase reposando la cabeza con una mano en el mentón y el codo apoyado en la carpeta y que de vez en cuando dan una mirada a sus costados. Después de ellos, como en todo lugar, están los aplicados, que dedican todos sus sentidos para captar el contenido de la clase.
Los intermedios solían emanar comportamientos pasivos de los estudiantes y eso no era divertido para muchos. Pero para Juan si lo era. Él se entretenía viendo a la gente moverse de un lado para otro, viendo como hacían lo que querían con la mirada, otros que dormían aprovechando el ocio, algunos que hablaban por teléfono móvil y como se reían a su antojo. Pero Juan sólo miraba cuando no lo miraban, ya que así podía ver a las personas de cerca.
Ya en clase de nuevo, reinaba la armonía y todos atendían sus intereses propios. Era una especie de cacería silenciosa. El profesor adelantó un comentario sobre la siguiente clase mientras escribía dando la espalda a los estudiantes.
-La próxima semana haremos nuestro primer laboratorio y formaremos ocho grupos de trabajo de dos integrantes cada uno. La única hora de entrada al ambiente será a las quince horas. Ni un minutos más y ni un minutos menos.
- Perfecto-. Se dijo a sí mismo Juan en voz baja.-De nuevo al trabajo.
La cosa iba a ser interesante porque Juan sabía, según por el orden de lista, que la persona que le seguía en tal relación era una mujer y con un cálculo rápido, viendo la cantidad de alumnos en el aula, dedujo que estaría en su compañía. No la había visto bien porque solía ser muy presurosa al salir de clase. Para esto Juan había revisado ya el horario de clases y se preparó para llegar puntual al pabellón de laboratorios. Sólo debían ir todos los estudiantes y encajaría todo a la perfección.
Estando ya a unos minutos de la hora señalada, Juan se unió al grupo donde estaban todos los citados, esperando para poder entrar al laboratorio. El profesor ya estaba parado en la puerta de ingreso al ambiente y a un minuto de las quince horas llama por lista.
- Damián-Espinosa…Flores-Gallardo en la quinta y sexta estación de trabajo respectivamente, por favor.- Dijo.
- Perfecto-. Respondió Juan a sí mismo de nuevo en voz baja.-A trabajar.
Los jóvenes caminaron hacia su estación correspondiente. Juan no volteó en ningún momento para no levantar sospechas ni tampoco para mostrarse interesado. Al sentarse, él mira a Gloria con ojos tranquilos y un semblante relajado. Ella lo mira a él con cara de estar perdida y de no saber que hacer. Mientras todos atendían la introducción del tema de laboratorio, Juan observaba a Gloria. Ella era delgada, con forma de mujer, nada exagerado ni muy pronunciado, ligeramente alta, blanca, cabello liso y con una boca larga. No olía mal pero tampoco bien.
En el desarrollo de la tarea (que de por sí era algo complicada), unieron fuerzas para tratar de descifrar las explicaciones del profesor. Cada error o torpeza de cualquiera de ellos dos, provocaba una inmediata risa de ambos. Ella tenía una sonrisa categóricamente amplia. Era intimidante y eso era excitante para él.
Gracias a este primer contacto, los siguientes roces fueron lentos pero considerables. Aunque no había que preocuparse, ya que habían pasado varios días desde el inicio de las clases y los alumnos ya se habían relacionado lo suficiente como para hablarse entre sí y hacer de las suyas. Esto le permitía a Juan llegar a ella cuando quisiese con más facilidad y sin llamar mucho la atención. Por cierto, Juan sabía que tenía ventaja por sobre todos sus compañeros a excepción de uno. Pero este sujeto estaba fuera del alcance de la mayoría de mujeres del sitio, ya que este era un muchacho acomodado, respingado, orgulloso y corporalmente muy llamativo. Esto no generaba un problema para Juan, por lo que este sujeto se convertía en una especie de ser platónico para la mayoría de mujeres. Así que no había que preocuparse. Sólo bastaba un chasquido de los dedos para reventar cualquier burbuja mental de su cometido.
Rápidamente llegó la época de exámenes y los ambientes estaban caldeados. Las clases solían terminar más temprano con la finalidad de darles más tiempo a los estudiantes para poder estudiar y terminar sus trabajos. Gloria y Juan solían irse juntos después de clases a la casa de una amiga de esta, dejando atrás a los demás compañeros que se quedaban avanzando sus quehaceres. Esta amiga se llamaba Matilde y estudiaba en la misma institución, pero en segundo ciclo. Ella vivía sola y generalmente solía estar en la casa de su novio. Esto facilitó bastante el negocio, ya que Gloria siempre le pedía las llaves de su departamento a Matilde. Esas dos semanas de parciales los jóvenes se examinaron por completo y fueron arduas las noches que pasaron en aquél aposento. Luego de ese tiempo, la contundente pareja formalizó su relación dentro de los callejones institucionales a pedido de Gloria. “Todo lo que tengo que hacer, carajo” pensaba Juan.

Gloria y Matilde eran muy amigas y siempre se ayudaban en todo, para beneficio de Juan. Pero evidentemente, no sólo se ayudaban a favor de éste; él sabía que se daban la mano para todo y eso incluía posiblemente, el tráfico de drogas. Para eso, Juan tenía entendido los movimientos de Matilde dentro de la institución, de las fluctuaciones que había con su novio (ya que eso influía en el consumo de drogas) y de la versatilidad que tenía para explotar oportunidades de negocio. No necesitaba hostigar a su actual huésped sexual de su institución educativa, para que así ella pueda estar siempre en todo momento presta para la acción. Todos esos movimientos de Matilde estaban relacionados con Gloria y era por eso que Juan no dejaba de observar a la amiga de esta última, ya que ella era la brújula para ubicar a su compañera.
-Siempre hay que estar bien informado-. Pensó Juan en voz baja desde la última estación de trabajo, ubicada en la parte posterior del ambiente, mientras el profesor escribía en el pizarrón.
- ¿Qué dices?-añadió Gloria que se encontraba sentada al costado de éste-, ¿Dijiste algo?
- No, no. Nada.- Respondió Juan recordando lo que había pensado. Después de mirarla, volteó y siguió observando el vacío.
Gloria se quedó callada meditando la frase de Juan y tratando de recordar como había llegado a besar el fin de semana pasado a un anónimo, conocido de Matilde, en una fiesta a la que fue sin la compañía de su novio.
Juan, para romper el silencio y atosigar cualquier indicio de malestar, introdujo su mano dentro de su blusa, por la espalda, lentamente tanteando el camino y, apretujando su cuello desde adentro, le olfateó el hombro y exhaló su olor en la oreja derecha de ella. Automáticamente Juan sintió en su antebrazo izquierdo el pasmo de esa piel, erizada por completo, mientras que contemplaba los pequeños bellos de su cara, levantados como en pie de lucha. Él se reía por dentro al no aguantar la risa.


En una de las canchas ubicadas en las afueras de los pabellones, en el intermedio de la jornada, Juan fumaba un cigarrillo, analizando la reacción preocupada de su huésped ante la frase soltada por él. Juan conocía los detalles del último movimiento de Matilde que tuvo el fin de semana pasado y sabía también, por supuesto, los detalles de Gloria. Pero ni las borracheras de ella ni los infaltables valientes que siempre están al acecho, le inquietaban a Juan. En esos tiempos Beatriz andaba muy detallista, como nunca antes Juan lo había visto, más aún de lo que ya bastante era. Él sabía que Beatriz se estaba enamorando de sí y que la mejor expresión de dicho sentimiento eran sus detalles. Que lástima y que pena sentía Juan por Beatriz. En realidad ella no se merecía todo esto, pero tampoco podía enterarse y mucho menos Juan podía dejar sus negocios. Daban buena paga.
Al término del intermedio de ese mismo día, Juan se retira veloz y sigilosamente; no entra a clases. En el camino a la puerta de salida de la institución llama a Beatriz y confirma su asistencia en el lugar en el que casi todos los días se veían.
- Aló ¿Beatriz?
- Juanito, hola…-Quebrándosele la voz dulce, suavemente contesta Beatriz- ¿Cómo estás? ¿Ya vas a llegar?
- Si bebe, estoy bien. Ya estoy en camino. Espérame donde siempre, a las diez.
Juan caminaba lo más rápido que podía. No quería que lo viese alguna amiga o algún amigo en común entre Gloria y él que pueda dar razón de su huida, yéndose antes de la hora de salida. Su acelerado jadeo al hablar lo delataba. Solía agitarse con rapidez.
- Juani ¿Estás corriendo?- Indaga ella al notar el respirar fatigado de Juan.
- No, bebe. No. Es que se me hace tarde y se me está por acabar la batería del teléfono.-Responde el cortantemente.-Nos vemos luego. Te quiero.
-Te ador—
Y Juan colgó el teléfono. En seguida, lo apagó.

Al encontrarse con Beatriz, lucía jovial y radiante. Como si su cuerpo inventase una luz al no ser la noche su hábitat natural (a diferencia de los múltiples negocios de Juan). Ésta lo abraza con una fuerza descomunal que lo envuelve como si en él cayera un rayo del cielo, de color rojo intenso, tal como si fuera un baño de sangre. Pero con un olor inigualable que solo una Madre podría dar. De inmediato la piel de Juan se puso de gallina y sus entrañas se enternecieron de tal forma como una implosión de un grupo de sus ideas noctámbulas, que luego, creando una masa rojiza, se aceleraba a mil por hora generando un calor sobre humano; era un calor que provocaba un ardor, un dolor en su azotado pecho. Quemaba y provocaba el sudor de sus ojos. Ella lo llevó a él a su pecho y lo hizo echarse entre sus piernas. Juan se anidó en su seno y dejó que su calor seque el sudor inesperado.
Después de un momento se miran fijamente y ella con una bondad que rebasaba expectativas, entrega a Juan un papiro en donde estaba escrito las primeras palabras de una gran y fuerte civilización dualista. Era una cartulina rosa, impregnada de un olor delicioso, de escarcha y escrita en mil colores, adornada junto con varios stickers y dibujos de su serie favorita.
Juan:
Te quiero más que nunca y nose que hacer.
no me imaginé que todo lo que esta pasando
ahora sea tan lindo y maravilloso en mi vida.
Sabes que hasta ahora no lo puedo creer, se
me hace difícil creerlo.
Me hubiese gustado mucho que derrepente ese
dia hubiese sido mas especial, pero no podía;
me costaba mucho aceptar lo que estaba pasando
y acercarme a ti como si nada, me daba miedo mucho
miedo.
Nose como tomar todo esto, si seguir enamorando
cada día como lo hago, sufrir una eternidad que
no verte o ser realista y mantenerme al margen y
no enamorarme porque tengo miedo de dar todo de
mi y no recibir lo mismo pero de que manera puedo evitarlo
y aunque, no lo pensaba lo preciento.
TE QUIERO cada día más y mas y mas y mas (x)
Espero que eso no ocurra solo en mi, si no tambien en ti.
Si derrepente no es así, hasmelo saber.
no me sigas matando de esa forma.
Lo único que quiero es que seamos sinceros.
Te quiero tanto como no lo imaginas.

Beatriz.



De camino a casa, Juan sopesaba lo bueno que era y se reía de tal. De repente su risa se aminoró al recordar a Gloria. Sabía que ella estaría enojada y preocupada por su desaparición, como ya había pasado innumerables veces. En ese momento enciende su teléfono y empiezan a llegar mensajes de llamadas perdidas del mismo transcurso de la noche.
Juan se echa a su cama aún por terminar de reír y entra una llamada. Era Gloria.
- Juan ¿Dónde mierda has estado?- Vocifera el negocio.
- Se me apagó el teléfono. Es todo. Me tuve que ir porque en casa me necesitaban y no te avisé porque estaba sin móvil.- Respondió con seriedad Juan, con una voz dominante y segura.
- Anduve buscándote por todo lados como siempre y nadie sabía de ti.- Dijo ella con una voz notoriamente menguada. -Me preocupé por ti, Juan. No me hables así.
- Estoy ayudando a hacer unas cosas aquí y no puedo hablar. Hablamos mañana.
Y Juan colgó el teléfono. En seguida, lo apagó.

junio 30, 2009

Antónimos y sinónimos: Máquinas asesinas

Antonieta era una muchacha joven, recién recibida en la cátedra de los maravillosos quince años. Desde que llegó a la zona para suscribirse a las riendas del Señor, era conocida por su rara belleza; ya que era sin lugar a dudas llamativa, provista de una atracción seria que no parecía ser capaz de arder en las chimeneas del amor. De condescendencia no tenía nada. De las siluetas danzantes que distraían a la mayoría, solo su rostro tenía facciones netamente redondas. Todo el mundo se imaginaba su closet lleno de ropas idénticas, ya que siempre vestía de la misma forma. Se le veía combinar los juegos de blue jeans clásicos ceñidos al cuerpo con pequeñas carteras atigradas de señora y unas afiladas uñas brillantes, remarcadas en las puntas de color blanco. Eso hacía de ella una chica de un humor imponente, llamativo como se dijo y casi sexual. Daba la impresión de ser una tigresa adolescente en su primer celo, dejando que los machos sientan su espeso olor y se le acerquen tímidamente queriendo olerla también antes de pisarla. Y así fue. Poco a poco fueron cayendo las moscas al plato de sopa. Los hombres se amontonaban en largas filas para ingresar primero al aula y poder sentarse alrededor de la susodicha, emprendían largas caminatas hasta el paradero de “Micro” del cual ella tomaba; de repente todo el mundo juró fervor a la religión y se vieron forzados a pagar el retiro con cual finalizaría todo el proceso de confirmación. Para todo esto, felizmente, Juan no se veía en la necesidad de precipitarse por Antonieta. Por más que tenía las pretensiones latentes de poder tener algo con ella, todo le resultaba sencillo ya que venía amaestrado por sí mismo como un ser especialista en la cuesta abajo del valor de la persona. Pero poco a poco se acercaron, así como se acercaban la navidad y sus rutinas oxidadas. Sus conversaciones eran más extensas desde que compartieron el mismo grupo de trabajo en una de las primeras sesiones del camuflado espiritismo.
-A ver chicos, que les parece si nos presentamos todos y contamos un poquito de cada uno. Comencemos por compartir algo básico de nosotros- dijo la animadora.
Así, cada individuo adolescente se fue presentando en diversidad de formas. Unos agazapados en su miedo al hablar en público y otros distraídos por la presencia de Antonieta. En eso, fue el turno de ella.
-Bueno, mi nombre es Antonieta Córdoba, vivo en La Molina, tengo 15 años y estoy en quinto de secundaria-. Suspiró un poco entre una sonrisa picaresca y le pasó el turno a Héctor.

-Me llamo Juan, vivo aquí a unas cuadras y estoy súper emocionado de estar aquí ¡Gracias!-.Dijo sin poder ser más irónico e indiscreto, pasando su mirada por sobre ella con un sonrisa. Algunos se rieron y si se sintió bien, no fue por eso. Él sabía que Antonieta presumía que la última escena tuvo que ver consigo misma y ello era lo que le importaba. La mirada de Juan lo había dicho todo de la manera más acomodada y fresca. Misión cumplida: era lo único que necesitaba. Poco a poco se iban acercando más y más.

Bordeando las diecinueve horas por la noche, luego de las sesiones, Juan acompañaba a Antonieta a tomar su colectivo al paradero, dejando atrás a los rastreros bulliciosos. Mientras ella se tomaba las palabras de Juan más a pecho y muy en serio ante los ojos de este último, él se frotaba los dedos, haciendo un alarde mudo de sus buenas predicciones. Pero la mujer sólo absorbía por sus ojos, ya que en verdad ella pretendía las pretensiones de Juan. Ella entendía sin saber. Ellos sólo se querían tener.
En momentos de lucidez, él se preguntaba que de bueno podría tener en el fondo esa chica como pareja. Empezaba a detestar por completo las ideas de una indefectible formalización, para abrirle paso a los planes de un negocio temporal, de casi nula responsabilidad. “Claro, se pueden hacer malabares, pero, a ojos cerrados, no me pega tener que invertir por ella. Hay más por hacer” pensaba el hombre. Por todos sus lados era una relación de baja calidad o peor que eso, de poco valor para él. Lo único cierto hasta el momento, era que su estadía con Antonieta era más que evidente en las sesiones espiritistas y eso no le convenía, ya que tarde o temprano los rumores iban a alcanzar los oídos de Beatriz.

De pronto un día llegaron los primeros vestigios de su caída en el hueco. Mientras la tarde se iba despidiendo de Antonieta y de Juan por en medio de la plaza que conducía a la parroquia, empieza a asomarse una silueta conocida por el hombre como una desproporción ventajosa y agradable pero de injusta medida para esa edad, de un caminar muy particular. Beatriz se acercaba con supuesta indiferencia a la escena que se desenvolvía entre los jóvenes que llevaban consigo la tragicomedia. Ella los vio de reojo y no pudo evitar seguir siendo indiferente, ya que si no era así, iba a delatar sus contundentes celos; así que sólo miró fijo a Juan rápidamente y con su mirada redundó diciéndole “Te vi”. Juan se sentía como una imagen mítica, crucificada y con la frente marchita. ¿Qué podría decirle luego Juan a Beatriz cuando ésta le pregunte en su cara, y seguramente en chacota, si anda en guiñes con Antonieta? Ciertamente no tenía respuesta pero se sentía plácidamente acorralado. Para él era agradable sentir los tibios celos de Beatriz en su pecho; hacía que su mente volara sin límites al saborear la multiplicidad de sus rostros, la frialdad de sus disimulos, la gracia y sutileza del convencimiento, la agudeza de su vista para saber lo que se sentía allá afuera y cuando eran los momentos precisos para atacar.


El marchar de los días hacia la navidad era cada vez más sonante y con eso, un aire espeso venía siempre a no dejarlo respirar en paz. Por otro lado, la cosa con Antonieta iba fuerte. Ellos empezaron a tener encuentros furtivos en la casa de la susodicha, en donde el “calor humano” era latente como en sus más profundas venas.
Definitivamente, Antonieta era toda una máquina lechosa de un poder que sólo su juventud podía dar y de un olor embriagador y espumoso, que daba la sensación de haber bebido un champagne barato de exóticos resultados. Su cuerpo era esponjoso, agraciado y pecoso. Su rostro no era el más alto de los anhelos, pero tenía finura al interpretar el delirio de ser mujer. No obstante, ella contaba con una voluntad y fuerza singular, pues, Juan a su corta edad no había sido cómplice de tal energía sexual de un carácter prácticamente infinito; muchas veces él no sabía hasta donde podían llegar su ganas y eso era precisamente más divertido. Cuando le llegaban sus momentos de mayor goce, sus mejillas y pecho se tornaban de un color rojizo que resaltaba más sus pecas por unos minutos como un cielo de bóveda estrellada y luego se iban apagando hasta quedar con una tonalidad rosada. Juan lo sabía muy bien, teniendo en cuenta que sus pares eran la influencia máxima de su placer. Ver su pecho encendido como dos bombillas de fuego lento al tenerla sujetada por la por cintura, era su medalla póstuma ante la sincronizada rendición de sus fuerzas y el acabose de su fruición junto con Antonieta. Pues, esa era la ventaja de las pieles blancas: Son como un arco iris de tonalidades rosa.