Todos somos un número. Para todo somos todos un número.
En cada cosa y para todo, somos todos un número.
En la tierra o en los campos, somos todos un número para todos.
Y vaya que esos números no mienten. Pues los números nunca mienten.
Me gustan los números porque siempre dicen la verdad, cuantitativamente.
Ellos me “cuentan” la verdad de otros. Entonces, para poder saber la verdad, no debo buscar a esta, si no a sus números. Los números me “contarán” la verdad.
Yo debo interpretar a los números, ya que estos tienen la verdad. La verdad aunque duela o cause felicidad.
Si bien es cierto, yo interpreto los números a mi forma de pensar. Pero aunque mi forma de pensar, diferente sea de los demás, nunca dejarán de ser los números ni las ocurrencias que un día se permitieron pasar.
La verdad es difícil de encontrar, o de poder por completo revelar.
Uno puede caer en la locura, intentando romper el cráneo de otras personas, al no llegar a penetrar. La locura genera más debilidad. Es un círculo vicioso, temible de parar.
Los números me contarán la verdad. Debo dejarme guiar.
Yo tengo uno. Tengo un número. Pero es de algo especial.
Es especial porque no es un número cuántico. Es un número símbolo e impar.
¿De qué es el número? Eso, solo yo lo sé y nadie más.
Por más que sepan el número, jamás sabrán la verdad. Mi verdad.
Yo no revelo mis números, a nadie. Al menos, nunca la exacta cantidad.
Es por eso que nunca sabrán toda la verdad. Claro, en caso pudiesen saber esa nimiedad de verdad, que adrede o de casualidad, dejo escapar.
No me será tan difícil contar, ya que (la gente) no es buena tratando de ocultar sus trastos y suciedad.
Solo debo ir contando y cada vez sabré más la verdad. Esta me llevará a ciudades extranjeras o quizá, solo a mi propia ciudad. Que te parece…empecemos a contar.
¡Hoy se inicia el conteo final!
12/20/09 10:00
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