Con poco tiempo de vida y con el peso ajustando sus muñecas, Héctor delibera como ninguno otro, afrontando valiente y responsablemente el precio de haber reiniciado su vida. La casa esta desolada, desordenada, con una avaricia de platos rotos y de sangre. Sangre de ojos. Sudor de ojos. Los niños que un día se crearon y crecían en la mente fusionada de dos seres se esfumaron, junto con el jardín de atrás, las escaleras que llevan a la terraza, la hamaca debajo de la palmera, los graffitis en el techo principal, la flor al costado de la cama, las sabanas blancas de esta y el amor por la pureza.
Tenía en su boca, el sabor de su derrota; tenía en sus manos las manos de esta, escurrida pero sonriente. Bufona. A su vez, llevaba a una muñeca en su otra mano, escurrida del mismo modo, con cara de trapo pero encendida por el fuego que ocasiona la perfidia y también la derrota. Era él un guerrero minusválido que luchaba por una nación bifurcada, dividida, -repito- desolada. No era un trato justo pues la paga era mala. La misión: rescatar un cadáver entre los desechos de otras personas muertas en el anterior accionar del soldado cuando aun tenía la fuerza diestra.
El frío quemaba lo que quedaba de sus pies al caminar y el sol calentaba lo que quedaba de su cabeza a la hora pensar.
Sabía que lo peor de ser derrotado era sentirse acabado. Así que respiró doble; una bocanada para él y otra para el cadáver.
Empezó a escuchar comentarios y a ver escritos con pintura roja en las paredes de ciudades sin gente, en la que decían que era una misión imposible y que moriría en el intento, tal parecido o igual que en sus viejas piruetas mortales. La óptica de la misión era amplia; tan amplia que no se podía ver el margen de esta. Empezó a odiar su alimento: La carne de los ángeles caídos. Detestaba, ahora, lo que siempre había consumido. No hay una lógica aparente.
Así es. Mucho menos una cura aparente para su enfermedad y de la carga. Así fue como comenzó también a inyectarse morfina de la más barata. El dolor se menguaba y por momentos –mientras duraba el efecto de la droga- perdía la sensación de la enfermedad, pero luego dejaban efectos secundarios como traumatismos encéfalo-craneales, epilepsia, convulsiones, auto mutilación, espasmos nerviosos, sensaciones de ahogo, condición extrema a critiquizar, Amok, y demás alucinaciones extravagantes.
Es difícil estar fuera de lo creado y estar al otro lado de la valla, sentado en piedras angulares con formas de navajas, con olor a perfumes baratos y a pasto recién cortado.
- Tienes que permanecer más tiempo en casa muchachón.
- Lo sé, pero tengo que drogarme, si no, ni fuerzas.
- Ve, ve. Haz lo que tengas que hacer.
- Solo es para poder mover la máquina. Es todo. Detesto mi pobre alimento.
- Y pensar que de eso vivías (Risas).
- Si, pero ya no me hace las tareas.
- Ah, si pues.
"Tu deber era incendiar su alegría"
03/01/09 19:20
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