julio 18, 2010

Sin cuenta de años

Supongamos que nuestra vida tiene como límite cincuenta años y si en caso queramos vivir más que esos cincuenta, tengamos que borrar algunos años para poder así dilatar nuestra existencia. Pero esos algunos años no pueden ser cualquiera. Deben ser necesariamente los del principio. Pues entonces, por ejemplo, si queremos vivir cinco años más, tendremos que borrar de nuestra memoria los primero cinco que vivimos.
Si lo hacemos así, sucesivamente, podremos vivir infinitamente.
Puede que justo los últimos años de nuestra vida se ofrezcan dichosos, dignos de prolongar y que justifiquen borrar los primeros por una felicidad inmortal. Entonces...
Perfecto, es un grandioso trato.

Aunque hay un detalle. Para mí lo hay. Los primeros años de mi vida fueron los más felices que he tenido hasta esta parte de mi vida casi media centenaria. ¿En verdad estoy dispuesto a borrar, y en consecuencia, a olvidar todo eso que viví y que pensé siempre tenerlos junto conmigo, a pesar de que ahora tan sólo son gratos y valiosos recuerdos de infancia? ¿En verdad estoy dispuesto a apostar semenjante valor? ¿En verdad estoy dispuesto?
Y...¿Si fallo? ¿Si al final no consigo esa felicidad y me quedo sin esa dicha, sin mis valiosos recuerdos y tan sólo con unos cinco vacíos años que únicamente me darían soledad y tiempo suficiente como para arrepentirme?

Es cierto que la oferta es atractiva, así como la promesa que me han dado. Aceptar el trato tiene un gran peso en la balanza de la decisión final, porque estoy casi seguro que estoy apostando a ganador. Mi felicidad está prácticamente asegurada; los números me apoyan, ya que tengo el mayor porcentaje de acertar en la decisión final del trato. Pero, como bien sé, los números son engañosos, debido a que mientras no se tenga el cien por ciento no se puede absolutamente declarse un ganador y asegurar el pozo prometido; en este caso, la felicidad infinita.

La promesa que tengo...la promesa que me han dado es...Muy Prometedora. Es perfecta. Quizá, mi Muy Prometedora promesa, sea más perfecta que la propia Verdadera razón inicial y raíz de mis primeros cincos años de infancia.

En fin, ese es el precio que debo pagar, ya que todo tiene un precio. Además, estoy acostumbrado a pagar el precio de mis decisiones.
Perfecto, acepto el trato.



10/12/08 --:--

No hay comentarios:

Publicar un comentario