octubre 29, 2010

Todos vuelven (3)

Déjate morder, perra, que no... no hay nadie. Todos se han ido y el despecho nos promedia la pena. El calor de tu vientre me abre la puerta e ingreso, frío, con hambre de tibieza. Porque cuando las sábanas esteparias de tu cuerpo ceden, es ahí cuando las dagas pendencieras te atraviesan. Las cúpulas de amor se aligeran y alcanzamos el beneplácito de nuestras quimeras.

Pues, la calle es un lugar que dondequiera que caiga, podría encontrar desde lo más ínfimo hasta la belleza, desde lo más rígido hasta la mayor presteza, desde lo más burdo hasta la selecta conciencia; de esas a la cual, en alguna, tú perteneces. Mas no interesa. Da lo mismo, todos esta noche oirán tu destreza.

Tus mañas, tus compadres y tus ganas azoradas no te salvarán ni en tinieblas. Ya que todas ellas te hundirán en el azul vivo de una candela enardecida, a las oscuras de la bóveda estrellada.

Yo sé que eso te gusta, tanto como a mí, ver el tragaluz desde abajo. Es por eso que yo quemo mis energías para que las transformes en alimento de ratas.

¡Déjate morir, déjate asfixiar, perra! ¡Déjate aplastar por tus sueños! Que seré tu esclavo sólo en suprimir tu acción romántica y verdadera. Mi trabajo es desmentirlo, como el tuyo advertir lo que queda. Nadie aquí es alguien, son sólo sueños absurdos queriendo morder una mariposa ebria.

Ambos buscamos y nunca dejará de ser así. ¿Por qué? Porque yo sé que te gusta... tanto como a mí.



08/14/10 16:50

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